Mojando, pues, el trozo se lo dio a Judas de Simón Iscariote.
La cuádruple repetición del trozo (26bis.27.30) muestra su importancia en el pasaje y anuncia un lenguaje simbólico. No se especifica de qué es, jugando con la ambigüedad pan/carne, ni en qué lo moja, creando otra ambigüedad salsa/sangre. El uso del verbo mojar, pariente de bautizar, bañar, insinúa la idea de la carne bañada en sangre. Lo que Jesús ofrece a Judas es su misma persona dispuesta a aceptar la muerte. Comer su carne y su sangre une a él (6,56: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él) y da vida definitiva (6,54). El gesto de Jesús invita a Judas a ser de los suyos, a rectificar su pasado. Responde a su odio con amor, como ocurrirá en la cruz, donde ofrecerá la última oportunidad a los que lo han crucificado (19,28). Esta es la calidad del amor leal (1,14): el que no se desmiente nunca, el que espera y se ofrece hasta el último momento, aun a costa de la propia vida. Pone su vida en manos del enemigo. Ahora toca a Judas hacer su última opción: o bien aceptar el amor de Jesús y responder a él, o bien endurecerse en su postura y consumar su traición.
Vuelve a nombrarse Judas como <<de Simón Iscariote>>. Último paralelo con Simón Pedro. Este quiere averiguar quién es el traidor, sin darse cuenta de lo cerca que está el mismo de traicionarlo (13,36-38).
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