Jesús le contestó: <<El que ya se ha bañado no necesita que le laven más que los pies. Está enteramente limpio. También vosotros estáis limpios...>>.
Que era servicio y no rito de purificación había quedado claro por el gesto de Jesús, quitarse el manto y ceñirse un paño o delantal, como un criado (13,4). Además, se purificaban ritualmente las manos, pero no existía un lavado ritual para purificar los pies; el lavado de los pies pertenecía al área del servicio, de las costumbres domésticas. Así lo entendió Pedro en su primera reacción, y por eso protestó al ver lo impropio de la acción de Jesús en relación con su categoría de Maestro y Señor.
Jesús corrige la segunda interpretación de Pedro; no se trata de rito purificatorio, sino de servicio, y como tal hay que aceptarlo. El gesto muestra la actitud interior del que lo ejecuta, es decir, enseña que Jesús no se pone por encima de sus discípulos. Poco después los llamará amigos (15,14) y, después de su resurrección, se referirá a ellos como a sus hermanos (20,17).
<<Haberse bañado>> significa haber sido purificado y estar enteramente limpio. Para Jesús, sus discípulos están limpios (puros), es decir, no se interpone obstáculo alguno entre ellos y Dios; éste los acepta y los quiere.
El único motivo por el que el hombre desagrada a Dios y, por tanto, lleva encima su reprobación, es la negativa a hacer caso al Hijo, es decir, la permanencia voluntaria en la zona de la tiniebla (3,36c Lect.).
Los discípulos, por el contrario, han salido ya del <<mundo>> injusto (15,19; cf. 17,6.14.16); la pertenencia a él es el pecado (8,23 Lect.) que hace al hombre impuro. Al aceptar el mensaje de Jesús han abandonado <<el mundo>> y han quedado limpios (15,3); la opción fue expresada por Simón Pedro en 6,68: Señor, ¿con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican vida definitiva, aunque, de hecho, no han sacado las consecuencias de ella.
El término <<limpios>> (= puros) pone esta escena en relación con la de Caná, donde se mencionaban las purificaciones de los Judíos (2,6). La necesidad de purificación, característica de la religión judía, significaba la precariedad de la relación con Dios, interrumpida por cualquier contaminación legal. Jesús había anunciado allí el fin de las purificaciones y de la Ley misma. Ahora excluye todo sentido purificatorio de su gesto, porque la opción por él ha purificado definitivamente a los suyos. Un discípulo sólo necesita que le laven los pies, es decir, que le muestren el amor, dándole dignidad y libertad.
Las antiguas purificaciones eran testigo de la conciencia de pecado, de estar separado de Dios. En la comunidad de Jesús, la relación con Dios está asegurada, Dios está con ellos (El que ya se ha bañado). No existen ya impurezas rituales o legales. La única es la complicidad con un orden injusto.
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