Echó luego agua en el barreño y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con el paño que llevaba atado.
El lavado de los pies era un servicio que se hacía para mostrar acogida y hospitalidad o deferencia. De ordinario, lo hacía un esclavo no judío o una mujer, la esposa a su marido, los hijos e hijas al padre. Cuando se menciona el lavado de los pies en relación con una comida, siempre se hace antes, no durante ella, como en este caso (cf. Lc 7,44; Gn 18,4s; 24,32s). Esto muestra que Jesús no presta un servicio cualquiera.
No pide ayuda, él mismo va ejecutando cada una de las acciones preparatorias al trabajo servil. Se pone a lavar los pies de los discípulos. No se indica quién es el primero ni cuál va a ser el último; entre los discípulos no hay orden de precedencia. El evangelista vuelve a mencionar el paño ceñido. Con esta insistencia muestra la actitud de Jesús, que va a ser definitiva, pues, terminado el lavado, aunque toma de nuevo el manto, no se dirá que deje el delantal (13,12). Éste se convierte, por tanto, en atributo permanente de Jesús: su amor-servicio no cesará con su muerte, por eso su costado, del que brota el Espíritu, quedará abierto (20,25.27). La descripción desciende a detalles mínimos, lo cual confirma la intención del autor; asimismo, las dos menciones del paño se colocan al final de frase, acentuando su importancia; es más, la segunda mención: que llevaba atado, es literariamente innecesaria.
Va a mostrar a los discípulos su amor, que es el del Padre, con quien está identificado (10,30.38). Al ponerse Jesús, Dios entre los hombres, a los pies de sus discípulos, destruye la idea de Dios creada por la religión. Dios no actúa como soberano celeste, sino como servidor del hombre. Así lo había expresado Jesús en 5,17: Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando (en favor del hombre) y yo también trabajo. Esta escena muestra que el trabajo de Dios en favor del hombre no se hace desde arriba, como limosna, sino desde abajo, levantando al hombre al propio nivel. Jesús es <<el Señor>> por definición; pero, al lavar los pies a los suyos haciéndose su servidor, les da también a ellos la categoría de señor. Su servicio, por tanto, se propone dar la libertad (Señor) y crear así la igualdad, eliminando todo rango. En la sociedad que él funda, cada uno ha de ser libre: son todos señores por ser todos servidores; el amor produce la libertad. El futuro servicio de los suyos tendrá el mismo objetivo: crear condiciones de igualdad y libertad entre los hombres por la práctica del servicio mutuo. Esa es la obra del amor.
Ni el deseo de hacer el bien puede justificar el ponerse por encima del hombre. La actitud de Jesús se opone diametralmente a la del poder opresor de los <<hijos del diablo>>, que somete al hombre (8,44); crea así el punto de referencia que se expresará en su mandamiento: amarse como él los ha amado (13,34). Ponerse por encima del hombre es ponerse por encima de Dios, que sirve al hombre y lo eleva hasta sí. Destruye así Jesús todo dominio y quita la justificación a toda superioridad. Su comunidad no es piramidal, con estratos superpuestos, sino horizontal, todos al servicio de todos, a imitación de Dios y de Jesús.
No es, por tanto, que Jesús se abaje, sino que no reconoce desigualdad o rango entre los hombres. La grandeza humana no es un valor al que él renuncia por <<humildad>>, sino una falsedad e injusticia que él no acepta (cf. 5,41.44; 7,18). La única grandeza está en ser como el Padre, don total y gratuito de sí mismo (3,16).
Esta escena está en paralelo con la de Betania (cf. 12,1s). En ambas ocasiones se trata de una cena (12,2; 13,2), se mencionan <<los pies>> (12,3: de Jesús; 13,5: de los discípulos), aparece el verbo <<secar>> (12,3; 13,5); se contraponen, en cambio, los verbos <<ungir>> (12,3) y <<lavar>> (13,5). Allí la comunidad, representada por María, rendía homenaje a Jesús (le ungió los pies), expresándole su amor (el perfume), que se extendía a la comunidad entera (12,3: se llenó la casa). Aquí Jesús muestra su amor a los suyos con su servicio. Así se corresponden Jesús y su grupo. El servicio de los discípulos, en cambio, no se dirigirá a Jesús, lo harán unos a otros, y a los pobres, como ya se anunció en la escena de Betania (12,8 Lect.).
El lavado de los pies significa aceptación, hospitalidad, acogida fraterna, como lo explicará Jesús (13,20). El amor fraterno se expresa en acogida, y ésta, a su vez, en servicio.
36-50., Evangelio de Lucas. En casa del fariseo. La pecadora. Lc 7
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