Le contestaron los dirigentes: <<No te apedreamos por ninguna obra excelente, sino por blasfemia; porque tú, siendo un hombre, te estás haciendo Dios>>.
Jesús les propone sus obras. Ellos, que, sin admitirlas, no pueden negar ya su calidad, pretenden disociarlas de sus palabras (por blasfemia), sin reconocer que las declaraciones de Jesús exponen simplemente lo implicado en su acción.
No reaccionan invocando la Ley (5,10; 9,14), la controversia sobre el sábado ha quedado ya expuesta (5,16ss; 7,21-24). Jesús responde ahora a la segunda acusación que le habían hecho en su visita anterior a Jerusalén (5,18), repetida ahora: porque tú, siendo un hombre, te estás haciendo Dios.
Ellos, que se contentan con palabras, hablan de blasfemia. Haber convertido la casa de Dios en un mercado (2,16), explotar al pueblo y tenerlo moribundo (5,3) no cuenta, con tal de tener en los labios el nombre de Dios. Es el respeto de palabra y el asesinato de hecho (8,44). Son el prototipo de lo que decía Is 1,14s: <<Sus solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extienden las manos, cierro los ojos; aunque multipliquen las plegarias, no los escucharé; sus manos están llenas de sangre>>; y 29,13: <<Este pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí y su culto a mí es precepto humano y rutina>>.
En la acusación se trasluce la ironía de Jn. La expresión que ellos tachan de blasfemia describe exactamente el proyecto de Dios (1,1c Lect.). Ellos, que no aman, sino que odian (7,7), no tienen experiencia del amor de Dios (5,42) ni, por tanto, de su plan. Acusan a Jesús de hacerse Dios siendo hombre. No comprenden el amor del Padre.
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