<<y el amigo del esposo, que se mantiene a su lado y lo oye, siente gran alegría por la voz del esposo>>.
Juan se define a sí mismo como el amigo del esposo, es decir, como el encargado de tenerlo todo a punto para la boda, de cuidar de la marcha del festejo y de preparar a la novia.
Es clara en este versículo la alusión a los textos de Jr 7,34: 16,9; 25,10; 33,10s. En los tres primeros se expresa la amenaza de Dios: <<Haré cesar en los pueblos de Judá y en las calles de Jerusalén la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia, porque el país será un desierto>>. Después de esta desolación, el profeta anuncia la época futura de la restauración: <<En las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, ahora desoladas, sin hombres ni ganado, todavía se escuchará la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia>> (33,10s). En Caná, la antigua alianza, no se oyó la voz del esposo ni la de la esposa. Ahora, en cambio, escucha ya Juan la voz del esposo ni la de la esposa. Ahora, en cambio, escucha ya Juan la voz del esposo anunciado por él (1,27), y que es, por tanto, la señal de la restauración definitiva, de la alianza nueva; de ahí su alegría.
Todavía no se oye la voz de la esposa: los que se adhieren a Jesús no han recibido aún el Espíritu, que manará de su costado abierto (7,39; 19,34). Sólo cuando comience el nuevo día, el de la nueva creación, a la voz de Jesús responderá la de la esposa, María Magdalena (20,16 Lect.), figura de la comunidad cristiana.
Juan ha reconocido la voz y la identifica. Nicodemo, en cambio, fariseo y jefe, hombre del régimen, no la percibía como tal; la voz del Espíritu era para él un ruido de viento (3,8 Lect.). Pero Juan está fuera de las instituciones; es más, las autoridades lo consideran una figura sospechosa (1,19ss) y acabará en la cárcel (3,24); él puede reconocer la voz del Espíritu, que se oye en la de Jesús.
El grupo de discípulos ha querido apartar a Juan de su misión precursora. Él, en cambio, no ha perdido nunca la conciencia de ella y con ejemplar fidelidad renuncia al papel de protagonista que quieren imponerle. Entre el rechazo de las instituciones (2,18; 3,12) y la incomprensión de muchos (2,23s), se mantiene al lado de Jesús. La voz del Esposo que llega a Juan es la de sus señales, que revelan su presencia y lo hacen reconocible.
Juan se había definido como una voz que grita desde el desierto (1,23); ahora su voz va a apagarse, pues oye la del Mesías. De hecho, su actividad ha consistido en dar testimonio; su voz ha enlazado con la de los antiguos profetas (1,23: Isaías), pero anunciando ya la presencia del Mesías (1,26). La alusión a Jeremías (la voz del esposo) muestra que ha terminado la preparación: la era de los profetas anunciadores del futuro queda clausurada con la llegada del Mesías esperado, Juan es el último enviado de Dios, que habla ya del presente. Su voz va a callarse, y con ella la de todos los profetas. No hay que volver a ellos para conocer los oráculos de Dios. Habla ya aquel que conoce a Dios personalmente (1,18) y transmite exactamente su mensaje (8,26.28; 12,50).
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