<<A él le toca crecer, a mí menguar>>.
En el contexto nupcial creado por la metáfora del esposo, el verbo <<crecer>> alude a la bendición dada por Dios al hombre en Gn 1,28: <<Creced, multiplicaos>>, indicando la fecundidad de la alianza inaugurada por el Mesías (cf. Gn 35,11, bendición de Dios a Jacob/Israel).
Consciente de lo provisional de su misión, Juan manifiesta que su destino es ir desapareciendo, en contraposición al de Jesús, que es ir creciendo. Por un momento han coexistido Juan, el último eslabón de la serie de los profetas, y Jesús, el que va a cumplir las profecías. La misión de Juan ha terminado, y con ella la de las antiguas Escrituras, en cuanto daban testimonio de Jesús (5,39), lo mismo que van a desaparecer la antigua alianza (2,1-11), el antiguo templo (2,19) y la Ley (3,2-3).
Mientras Jesús enviará a sus discípulos a continuar su misión y producir fruto (15,16; 17,18; 20,21), la de Juan no tendrá continuadores.
Superioridad del Mesías-Hijo sobre Moisés, el primero y prototipo de los intermediarios de la antigua alianza.
La mención del Mesías (fundador del nuevo pueblo, conductor en el nuevo éxodo) Esposo (inaugurador de la nueva alianza) lleva a la figura de Moisés, líder del primer éxodo, mediador de la antigua alianza. También la voz del esposo, que oye Juan con alegría (3,29), recuerda otra voz que no cesa de oírse, la del que habla desde la tierra porque es de la tierra (3,31). Es la voz de la Ley, promulgada y transmitida por Moisés.
No era ésta la única voz que resonó en el AT. Era el mensaje profético el que había fundado la gran esperanza del futuro. Sin embargo, en esta perícopa se consideran solamente los dos extremos de la serie: Juan Bautista y Moisés. De hecho, para la institución, la promesa se ha olvidado y la voz de los profetas ha cesado (8,52.53: Abrahán murió y los profetas también); sólo queda la voz de Moisés, el maestro de Israel (9,28s: nosotros somos discípulos de Moisés, el maestro de Israel (9,28s: nosotros somos discípulos de Moisés, a nosotros nos consta que a Moisés le estuvo hablando Dios; cf. 3,10; 1,45).
Prosigue, por tanto, la oposición entre Jesús y Moisés que aparecía en el prólogo (1,17: porque la Ley se dio por medio de Moisés, el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías). Allí se comparaban dos alianzas, y aquí, por la mención del Mesías-Esposo, ha surgido el mismo tema. Desde ahora, será la nueva voz la única que tenga derecho a dejarse oír. La suya es la voz del Espíritu (3,8), pero existe una voz de la <<carne>> que todavía resuena, la de Moisés en la Ley absolutizada (3,5-6 Lect.).
A pesar de la clara alusión, no se nombra a Moisés. De hecho, su figura, en boca de Jesús, es positiva, como anunciador de la salvación mesiánica (5,46; 7,22.23); está en favor de él y en contra de sus adversarios (5,45; cf. 7,19); sus acciones fueron tipo de la de Jesús (3,14; cf. 6,32). No es, por tanto, el verdadero Moisés quien crea obstáculo para adherirse al Mesías, sino el Moisés oficial, considerado como el legislador y maestro último y definitivo.
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