Entre la gente, sin embargo, muchos le dieron su adhesión y decían: <<Cuando venga el Mesías, ¿va a realizar más señales de las que éste ha realizado?>>.
Sin embargo, una gran parte de la multitud que escucha queda convencida por sus palabras y se pone de su parte. Lo reconocen por Mesías y le dan su adhesión. Jesús les ha abierto los ojos: dejan las teorías para fijarse en los hechos. La gente conoce las acciones pasadas de Jesús; las han comprendido (señales) y aceptado como prueba de su mesianismo (5,36). El Mesías no se reconoce por referencias al pasado ni al futuro, sino al presente. Si de él se esperaba una liberación, Jesús ha mostrado ser el liberador del pueblo oprimido (5,1ss).
En paralelo con la situación inicial (7,12), la multitud está dividida respecto a Jesús. Sus declaraciones han llevado aquellas actitudes a sus últimas consecuencias. Había quienes estaban contra él, considerándolo heterodoxo (7,12b: extravía a la gente); ahora un grupo ha intentado prenderlo. Había quienes lo juzgaban favorablemente, apoyándose en su actividad (7,12a: Es una persona buena); ahora muchos le dan su adhesión, reconociéndolo por Mesías. El número de éstos es elevado, lo que suscitará la alarma de las autoridades.
SÍNTESIS
Destaca la situación de miedo en que vive el pueblo respecto a los dirigentes, temiendo expresar opiniones sobre Jesús. Se ve la presión ejercida por la ideología oficial. Su escudo es la Ley de Moisés que los dirigentes interpretan y mantienen como último criterio de bien y de mal.
En medio de esta falta de libertad, se alza la voz de Jesús que enseña en el templo, desafiando a la institución. Ante el contraste de su doctrina enuncia ante el pueblo dos criterios para distinguir quién habla en nombre de Dios y quien se aprovecha del nombre de Dios para oprimir al pueblo.
El primero es éste: Sólo quien está en sintonía con Dios, porque desea colaborar con su trabajo en favor del hombre, puede distinguir si una doctrina viene de Dios o no. Ninguna doctrina que de algún modo impida la realización del hombre puede autorizarse con el nombre de Dios.
El segundo criterio completa el primero: Quien de alguna manera busca con su doctrina ganar prestigio o gloria, ése no habla en nombre de Dios, pues no está de hecho en favor del hombre; llegado el momento, sacrificará al hombre a sus propios intereses. Sólo es de fiar quien, olvidando su propio interés, pone el bien del hombre como valor supremo y actúa en consecuencia.