Intentaron entonces prenderlo, pero nadie le puso la mano encima, porque todavía no había llegado su hora.
La declaración de Jesús, que invalida el modo corriente de concebir al Mesías y acusa a los que lo profesan de no conocer de Dios, provoca dos reacciones diversas. Una parte de los oyentes intenta prenderlo. Sus palabras han suscitado en ellos un fuerte antagonismo; no están dispuestos a renunciar a sus convicciones ni toleran que sean puestas en tela de juicio. De hecho, no conocen a Dios (7,28) y por eso no aceptan a Jesús. La pretensión mesiánica de éste les resulta intolerable; quieren por Mesías al triunfador de aparición misteriosa y victoria inmediata.
No consiguen echarle mano, porque la hora de Jesús aún no ha llegado. Jesús dará su vida él mismo, cuando llegue el momento; ninguno se la quitará por la fuerza (10,18).
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