Y decían: <<Pero, ¿no es éste Jesús, el hijo de José, de quien nosotros conocemos el padre y la madre? ¿Cómo dice ahora: ´Estoy aquí bajado del cielo´?>>.
Los adversarios de Jesús protestan contra su pretensión. Su argumento se basa en un origen humano, bien conocido, que, según ellos, excluye por sí mismo todo origen divino. La pretensión de Jesús, hombre de carne y hueso, es inadmisible. Siendo un hombre, está usurpando el puesto de Dios (cf. 5,18; 10,33).
Es la misma mentalidad de Nicodemo; éste no comprendía que el hombre pueda tener un nuevo origen en Dios, equivalente a un nuevo nacimiento (3,3-6).
La piedra del escándalo es, por tanto, la humanidad de Jesús. Y, sin embargo, es precisamente en esa carne y sangre, recibida de su linaje humano, donde está la plenitud del Espíritu (1,32s) que lo hace la presencia de Dios en la tierra.
Ellos separan a Dios del hombre; no creen en su amor, generoso y gratuito, que lo lleva a comunicarse. Los adeptos de la Ley no conocen un Dios cercano.
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