Se refería a Judas de Simón Iscariote, pues éste, siendo uno de los Doce, lo iba a entregar.
Es sorprendente la identificación de Judas, personaje que aparece por primera vez (cf. 12,4; 13,2.26.29; 18,2.3.5). Únicamente en Jn se le llama el de Simón Iscariote, y las tres veces aparece este patronímico en contextos donde se encuentra cercano a Simón Pedro. El nombre de Simón, que, aunque de modo diverso, designa a ambos, podría insinuar cierto paralelo entre el discípulo que traiciona a Jesús y el que lo niega tres veces (13,38; 18,15-18.25-27).
Esta predicción sobre Judas prepara las escenas de 12,4-6, donde se le califica de ladrón; 13,21-30, donde se marchará para entregar a Jesús, y 18,1-5, donde se pondrá a la cabeza de los que lo entregan.
Jesús lo califica de enemigo, adversario; tal es el significado del griego diabolos (8,44a Lect.). Como se revelará en 12,4ss, es enemigo porque retiene para sí el dinero de todos, exactamente lo contrario de lo que ha enseñado Jesús en el reparto de los panes. Judas no acepta el don de sí mismo a los demás; al contrario, quita a los demás y retiene para sí (13,2 Lect.).
Con esta nota pesimista termina el episodio de los panes. Se ha producido la crisis y se ha resuelto, pero continúa la falta de unanimidad en el grupo de Jesús. Su enseñanza del amor hasta el don total ha provocado la deserción de muchos, y aun entre los que quedan hay quien va a traicionarlo.
SÍNTESIS
El punto central de esta perícopa se encuentra en la oposición entre <<carne>> y <<Espíritu>>, es decir, entre dos concepciones del hombre y, en consecuencia, de Jesús y de su misión. La condición indispensable para ser verdadero discípulo y poder identificarse con Jesús es la visión del hombre como <<espíritu>>, es decir, como realizado por la acción creadora del Padre, no meramente como <<carne>>, el hombre sin capacidad de amor desinteresado hasta el fin.
A estas dos concepciones del hombre corresponden dos diversas de Jesús. El Mesías <<según la carne>> es el rey que ellos han querido hacer, el dominador que impone su gobierno a un reino de súbditos. El Mesías según el Espíritu es el que se hace servidor del hombre hasta dar su vida por él, para comunicarle vida plena, es decir, libertad y capacidad de amar como él. La aceptación de tal Mesías implica la asimilación a su persona y mensaje, que lleva, por el Espíritu, a la misma actitud de vida. Comporta una renuncia, como la suya, a toda ambición de dominio o poder y a la gloria humana.
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