martes, 5 de julio de 2022

Jn 6,53-54

 Les dijo Jesús: Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo le resucitaré el último día>>.

Jesús lanza su segunda declaración, que explica la primera. Al añadir a <<carne>> el elemento <<sangre>>, responde a la pregunta: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? La separación de carne y sangre expresa la muerte; Jesús va a dar su carne muriendo. Cuando su carne y su sangre sean separadas por la violencia del odio, quedará patente la vida que hay en él, el Espíritu, amor y gloria, que como agua de vida, brotará de su cuerpo entregado (cf. 19,34). Es en su carne y sangre donde se manifiesta y se comunica.

La antigua simbología del cordero pascual (1,29: el Cordero de Dios) queda integrada, pero cambiando muchos aspectos. La carne del cordero fue alimento para la salida de la esclavitud, su sangre liberó de la muerte. En el nuevo éxodo, la figura queda realizada y superada al mismo tiempo: la carne del Cordero es alimento, pero permanente; su sangre no sólo libera momentáneamente de la muerte, sino, como su carne, da vida definitiva, que la supera.

Vuelve Jesús a utilizar su autodesignación: el Hombre/este Hombre, pues es en cuanto tal como puede dar su carne y su sangre. Vuelve a insistir así en su realidad humana, expresada antes por el término <<carne>> (6,51), en respuesta a la protesta de los Judíos (6,41s). <<El Hombre>>, sin embargo, es <<la carne>> llena del Espíritu (1,32) con el que ha sido sellado (6,27). Éste, siendo la plenitud del amor leal (1,14e Lect.), lo lleva a entregar su carne y sangre, en las que se comunica ese mismo Espíritu, que es fuerza vital en el hombre.

La frase de Jesús: no tenéis vida en vosotros, es decisiva; no hay realización para el hombre si no es por la asimilación a él, realizada por el Espíritu que de él se recibe.

Aceptar a Jesús, adherirse a él, equivale a <<comer>>, y significa asimilar su realidad humana, que se da al hombre en su vida y en su muerte; es así como se posee la vida definitiva que no conoce fin ni depende de la vicisitud humana (yo lo resucitaré). El Espíritu-vida que se recibe lleva al hombre a la misma entrega a la que lleva a Jesús. El discípulo de Jesús, con él y como él, se da a sí mismo hasta la muerte por el bien del hombre. Como Jesús mismo, no se detiene ni siquiera ante la muerte, pues la vida que posee la supera (para <<el último día>>, cf. 6,39 Lect.).

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