La gente hablaba mucho de él, cuchicheando. Unos decían: <<Es una persona buena>>. Otros, en cambio: <<No, que extravía a la gente>>.
La expectación existe también en el pueblo. Jesús es ya una figura pública. El comentario acerca de él es incesante entre la multitud de peregrinos, pero en voz baja. Desde su aparición, todos se pronuncian a su propósito. Los dirigentes ya lo han hecho, quieren matarlo (7,1). La multitud, por su parte, está dividida; unos muestran su aprobación; para otros, en cambio, que están con los dirigentes, Jesús es un impostor.
Los primeros definen a Jesús como bueno, cualidad que califica a la persona y se aprecia en las obras (cf. 5,29). Estos son los que se fijan en su actividad, sin ideas preconcebidas.
La opinión de los segundos sobre Jesús no se basa en su bondad o maldad, es decir, no se funda en sus obras. Afirman que extravía a la gente, juzgándolo desde el punto de vista de la ortodoxia. Hay para ellos una verdad de la que Jesús desvía.
Los dos criterios de juicio muestran su diversidad: el primero se apoya en la praxis, el segundo en la ideología.
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