<<Es el Espíritu quien da vida, la carne no es de ningún provecho; las exigencias que os he estado exponiendo son espíritu y son vida>>.
Jesús contrapone su idea mesiánica a la de los discípulos que no aceptan sus exigencias. El Espíritu es la fuerza del amor, que procede del Padre (15,26) y es Dios mismo (4,24). Él es vida y la comunica. La <<carne>> sola, sin fuerza ni amor, el hombre no acabado (3,6 Lect.), es débil y sus empresas no llegan a término ni tienen permanencia. El fundamento de la nueva comunidad humana es la entrega de sí a los demás y la plenitud del hombre (carne + Espíritu), no el poder que ellos pretendían conferirle (6,15).
En concreto, el programa que Jesús propone y la ley que funda la nueva comunidad es la identificación con su muerte. Pero no es la muerte por sí misma ni la no violencia como debilidad (carne), sino, al contrario, la muerte como expresión de amor, única fuerza y agente de vida (Espíritu). Son los que <<creen>> a su manera, como los de Jerusalén (2,23), los que quieren imponer a Jesús su propia idea de Mesías y los que, cuando él expone la suya, son incapaces de aceptarla. El don de sí hasta la muerte no puede entrar en sus planes. Entienden las señales de poder (4,48 Lect.), no las del amor (cf. 13,6ss). Jesús, en cambio, rechaza absolutamente semejante concepción; la salvación que él trae se basa en la vida nueva que él comunica con el Espíritu. De ese hombre nuevo brotará la sociedad nueva, que será expresión de vida, no represión de muerte.
La nueva sociedad o comunidad mesiánica no se hace sin colaboración del hombre. Son aquellos que optan por Jesús y adoptan su actitud de entrega los que construyen el mundo nuevo. El Mesías poderoso, por el contrario, que organiza e impone el orden, dispensa al individuo de amar, lo descarga de la responsabilidad que es suya.
Es en la eucaristía donde se recibe el Espíritu y se expresa la entrega de la comunidad y de sus miembros, por identificación con Jesús. La <<carne>> sin Espíritu indica también, por tanto, una pertenencia a la comunidad y una participación a la eucaristía puramente exteriores, que no incluyen el compromiso del amor por el hombre. Cuando Jesús recuerda su mensaje se produce la crisis, como en esta ocasión.
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