sábado, 29 de julio de 2023

Jn 19,26-27

 Jesús, entonces, viendo a la madre y, a su lado, al discípulo al que él quería, dijo a la madre: <<Mujer, mira a tu hijo>>. Luego dijo al discípulo: <<Mira a tu madre>>. Y desde aquella hora la acogió el discípulo en su casa.

Cambia el juego de personajes. La nueva comunidad, representada en cuanto esposa por María Magdalena, va a serlo ahora el personaje masculino, el discípulo a quien quería Jesús. La sustitución de un personaje por otro está indicada en el texto. En primer lugar, al mencionar a los presentes, Jn ha señalado solamente a las dos mujeres; ahora, en cambio, los presentes son la madre y el discípulo. La sustitución de María Magdalena por el discípulo, como representantes femenino y masculino de la comunidad, está indicada por la partícula entonces que refiere lo que ve Jesús a los personajes mencionados antes. La relación de fraternidad descrita anteriormente entre el antiguo Israel y la comunidad de la nueva alianza va a ser presentada bajo otro aspecto.

El discípulo representa a la comunidad en cuanto sus miembros son compañeros y amigos de Jesús. Siendo el confidente (13,23-25) e inseparable de Jesús, entró con él en el atrio del sumo sacerdote, para ser testigo de su entrega y muerte (18,15 Lect.). Por eso está presente al pie de la cruz. Él ha de ser testigo de la gloria que se manifiesta (19,35).

En esta escena, Jesús ve <<a la madre>>, no ya <<a su madre>>m como se la había llamado las tres veces que se la menciona en Caná (2,1.3.5), en Cafarnaún (2,12) y en el versículo anterior (19,25 bis). La que era <<madre>>, es decir, origen de Jesús, pasa a ser origen de la comunidad nueva. Es del Israel creyente en las promesas de Dios y fiel a ellas de donde nace en primer lugar el Mesías (4,22) y, en consecuencia, la comunidad mesiánica.

El encargo de Jesús a la madre y al discípulo se hace en términos de reconocimiento muto: Mira a tu hijo; Mira a tu madre. La antigua comunidad judía (la madre) debe reconocer como descendencia suya la comunidad nueva, la de los que han roto con la institución judía (1,35 Lect.), aceptan el amor de Jesús (el discípulo a quien Jesús quería) y comprenden la novedad del Mesías.

La comunidad nueva (el discípulo) tiene, por su parte, que reconocer su origen, ser el cumplimiento de las promesas que hizo Dios al pueblo de Israel.

El discípulo acoge a la madre en su casa. Ella no tiene ya hogar propio; al incorporarse a la comunidad encuentra su nueva casa, una vez que Israel, al rechazar al Mesías, ha dejado de ser el pueblo de Dios (cf. 1,11).

La combinación de las figuras de la Magdalena y del discípulo, que, como se ha visto, representan a la nueva comunidad bajo diversos aspectos, muestra la relación que establece la comunidad israelita con la nueva. Aunque ha sido el origen de la comunidad mesiánica (la madre), no goza del privilegio (hermana).

Desde aquella hora, la de la muerte de Jesús, queda formado el nuevo pueblo, que tiene su origen en Israel para extenderse hasta los confines del mundo (19,23 Lect.).

Jesús llama a la madre con el apelativo <<Mujer>>, como lo había hecho en Caná, identificándola de nuevo como la comunidad de la antigua alianza (2,4 Lect.). La hora que le había anunciado en aquella ocasión (2,4: Todavía no ha llegado mi hora) ha llegado ya. Es ahora cuando él va a dar el vino del Espíritu, cuando va a inaugurar la alianza nueva que sustituirá definitivamente a la antigua. Ese vino será ofrecido ahora, no ya al maestresala, que lo ha rechazado, sino a todo el que quiera aceptarlo. El amor de Jesús, que va a brotar de su costado en forma de sangre y agua, será el vino que alegre la boda nueva y definitiva.

SÍNTESIS

La universalidad, expresada en primer lugar en términos de Escritura universal, luego como reino universal, dejaba pendiente una cuestión: el puesto de Israel en los tiempos mesiánicos. El evangelista la resuelve reconociendo, por una parte, el papel providencial de aquel pueblo, del que salió la salvación, y por otra, mostrando que su continuación es la nueva comunidad en la que ese pueblo se integra.

Reconoce así la comunidad cristiana la fidelidad de Dios a través de la historia, que ha culminado en el Mesías Jesús.

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