Y, cuando tomó el vinagre, dijo Jesús: <<Queda terminado>>.
Tomar el vinagre equivale a aceptar la muerte causada por el odio; es el cumplimiento de <<su hora>> (2,4; 13,1), en la que el Hombre, el Hijo, demuestra su gloria, su amor hasta el extremo (12,23; 13,1; 17,1); cumple así su éxodo, pasando del mundo este al Padre (13,1). Su paso coincide con el acto final y supremo de amor, que lo asimila perfectamente al Padre.
Las últimas palabras de Jesús son: Queda terminado. Ha dado remate a la obra del que lo envió (4,34). Él, que había recibido la plenitud del Espíritu (1,32; cf. 1,14: plenitud de amor y lealtad), ha respondido a aquella consagración hasta completarla (17,19); ha sido consecuente hasta el final, siendo, como el Padre, amor gratuito y generoso que da sin esperar retorno y responde al odio con el amor. Jesús ha realizado en sí mismo la plenitud del Hombre igual a Dios (20,28); culmina así la realización del proyecto creador (1,1c Lect.). Lo que <<los Judíos>> consideraban blasfemia expresaba el designio del Padre: Jesús se hacía igual a Dios (5,18), se hacía Dios (10,33; cf. 19,7).
En este acto de amor, que se ofrece hasta el último momento a sus enemigos, el Padre manifiesta la gloria de su Hijo y el Hijo manifiesta la del Padre (17,1). En este momento, la presencia de Dios brilla como nunca en Jesús, a quien pone para siempre a su lado (17,5), y, al ser el Padre la fuente de vida, toda muerte queda excluida por su presencia. Por eso la muerte física de Jesús no interrumpirá su vida.
En Jesús, la obra creadora llega por primera vez a su término, según el proyecto inicial (1,1c Lect.; 17,5). Es éste <<el último día>> (6,39 Lect.), que termina la creación y abre el mundo definitivo. El último día será también el primero (20,1), a partir del cual ese mundo ya empezado se irá completando. Jesús, el Hombre-Dios, será su artífice.
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