Después de esto, consciente Jesús de que ya todo iba quedando terminado, dijo: <<Tengo sed>> (así se realizaría del todo aquel pasaje).
La escena está estrechamente ligada a la anterior (Después de esto): constituida la nueva comunidad universal, todo va quedando terminado, sólo falta la expresión de su amor hasta el extremo (cf. 13,1), dando a los mismos que lo han rechazado la última oportunidad de aceptarlo como Mesías, para verse libre de la ruina que los amenaza (8,24).
Hasta el último momento señala Jn que Jesús no ha sido arrastrado a la muerte y que ésta no es algo imprevisto; él es dueño de su destino y sigue realizando el designio del Padre: consciente Jesús de que ya todo iba quedando terminado. El evangelista no se asusta ante la realidad de aquella condena; advierte, por el contrario, que Jesús mismo, que la había predicho (8,28; 10,11; 18,32), la acepta como culminación de su obra. Era consciente de que el Padre lo había puesto todo en su mano (13,3). Usando de su libertad total, da la vida voluntariamente por los hombres (10,18).
Jesús expresa su necesidad: Tengo sed. Este dicho recuerda la petición que hizo la samaritana: Dame de beber (4,7). Pedir agua equivalía a pedir acogida, expresada con una muestra de solidaridad humana elemental. A la de la mujer respondió Jesús con el don de su agua viva, el Espíritu (4,10). Como en Sicar, también a la hora sexta (19,14), Jesús está ahora cansado de su camino (4,6); expresa la misma necesidad y pide la misma acogida.
La escena puede compararse con la del traidor en la Cena. A pesar de la certeza de la traición (13,11.18.21; cf. 6,64), Jesús no lo excluyó de su amor; es más, se lo ofreció por última vez poniéndole su propia vida en sus manos (13,26s Lect.). El gesto de amistad, que lo invitaba a aceptar a Jesús y, con él, la vida, provocó la decisión de Judas; exacerbado su odio, lo rechazó definitivamente y lo entregó a los que habían decretado su muerte.
En la cruz, Jesús tiene un gesto semejante para con los que lo han rechazado y obtenido su condena (19,6.15). Les demuestra que su amor no ha sido vencido por el odio. Les pone delante la calidad del amor suyo y del Padre, que no se cansa ni se desmiente, que deja siempre abierta la posibilidad de respuesta, para que el hombre no se pierda. En esta atmósfera de odio sin límite, brilla así en Jesús la plenitud de la gloria del Padre, su amor sin límite, su lealtad al hombre hasta el extremo (1,14). Muestra Jesús que Dios no condena al hombre, que busca solamente salvarlo comunicándole vida (3,16s; 6,39s; 12,47). Les ofrece una vez más la posibilidad de optar por ella.
Nota el evangelista que el gesto de Jesús provocará el pleno cumplimiento de un texto de la Escritura. Es aquel que Jesús había citado en la Cena: Me odiaron sin razón (15,25 Lect.). Se había cumplido ya durante la vida de Jesús (7,7: el mundo me odia), pero el odio a él y al Padre (15,23s) va a llegar a su colmo en el momento de su muerte, con el rechazo final del amor ofrecido: los suyos no lo acogieron (1,11).
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