<<Si yo no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro ha hecho, no habrían mostrado su obstinación en el pecado; pero ahora las han visto personalmente y, sin embargo, nos han tomado odio lo mismo a mí que a mi Padre>>.
No sólo eran de Dios las palabras de Jesús, sino en primer lugar sus obras, que acreditaban sus palabras (4,34; 5,19.30.36; 6,38; 10,37s). Ellos, en lugar de aceptarlas, no sólo han tomado odio a Jesús, sino al Padre mismo. Al descubrir el ser verdadero de Dios, lo detestan, porque no apoya ni legitima su poder y su injusticia. Con su uso de la Ley habían conseguido hacer olvidar los rasgos más prominentes de Dios en el AT (5,36s Lect.), haciendo fin de lo que era medio, la Escritura y Moisés (5,39.46). Al manifestarse Dios plenamente en Jesús, deshaciendo todos sus sofismas y denunciando su sistema opresor, en vez de reconocerlo, se rebelan. Quien no está en favor del hombre no puede aceptar al verdadero Dios. La injusticia lleva a odiar al Padre, cuya presencia en Jesús es una denuncia sin atenuantes.
Las dos menciones del Padre en esta perícopa llevan el posesivo, <<mi Padre>>, porque ambas se refieren a la actividad de Jesús. Jesús es el Hijo único; al odiarlo a él, odian al que le ha dado origen.
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