<<Os excluirán de la sinagoga; es más, se acerca la hora en que todo el que os dé muerte se figure que ofrece un culto a Dios>>.
Lo que podía parecer inexplicable a los discípulos y hacerles abandonar a Jesús era verse combatidos por las instituciones religiosas. En el evangelio se ha mencionado dos veces la expulsión de la sinagoga: en la primera (9,22) el pueblo temía la expulsión decretada por <<los Judíos>> contra los que reconociesen a Jesús como Mesías; la segunda vez (12,42), los jefes temían a los fariseos, el grupo de <<Judíos>> más influyente y más hostil contra Jesús (4,1-3; 7,32.47s; 8,13; 11,46), quienes podrían hacerlos expulsar si se pronunciasen en favor de él.
Jesús anuncia de antemano a los discípulos que serán marginados por los que se proclaman representantes de Dios e intérpretes de su voluntad, en particular por los defensores acérrimos de la Ley. No deben alarmarse si las instituciones religiosas los rechazan.
Jesús insiste: no sólo los marginarán, sino que llegarán a darles muerte para eliminarlos. Aquí ya generaliza a los oponentes: todo el que os dé muerte. El horizonte de la hostilidad, aun incluyendo a los judíos, se ha ampliado. El conflicto podrá surgir en cualquier país y frente a cualquier religión instalada.
Jesús les advierte que las instituciones religiosas adoran a un dios que acepta como culto la muerte del hombre. Si ése es su dios, son homicidas por esencia (cf. 8,44). Jesús ha venido a dar vida; el sistema de muerte, tipificado por la institución religiosa judía, no tiene más alternativa que matarlo a él y a los que lo hacen presente a través de su testimonio. De hecho, sus máximos representantes han decretado ya la muerte de Jesús (11,53) y la de Lázaro (12,10). Se han fabricado un dios a su propia imagen, y le sacrifican al hombre.
La institución religiosa, que dará muerte a Jesús y perseguirán a sus discípulos, es aquella cuyos súbditos, inválidos, llenaban los pórticos de la piscina (5,3). Su opresión produce muertos en vida (5,21) y da muerte al que se le opone.
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