<<Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor, como yo vengo cumpliendo los mandamientos de mi Padre y me mantengo en su amor>>.
Jesús pone en paralelo la relación de los discípulos con él y la suya con el Padre (10,15). En ambos casos es la fidelidad propia del verdadero amor (1,14: amor y lealtad; cf. 1,16.17). Cumplir sus mandamientos equivale a mantenerse en su amor. Insiste sobre la necesidad de la praxis como criterio de la unión con él. No existe amor a Jesús ni vida bajo su influjo si no desemboca en el compromiso con los otros.
Jesús cumple los mandamientos de su Padre, y así se mantiene en su amor. Los mandamientos o encargos del Padre a Jesús se identifican con su misión: la de salvar a la humanidad (3,17; 12,47); la ha realizado liberando de la opresión de la Ley (2,13ss; 5,1ss), abriendo los ojos de los que vivían en la esclavitud ancestral (9,1ss) y dando vida al hombre muerto (11,1ss). Los discípulos son fruto de su labor (15,9). Ahora les pide como respuesta que cumplan sus mandamientos, los mismos que él recibió del Padre, transmitiendo la vida que han recibido. Como ya antes (14,21), el plural <<mandamientos>> se refiere al trabajo por el hombre, realizando las obras de Dios (9,3s).
La figura de la vid subrayaba la necesidad de la inserción para producir fruto. Ahora se sustituye por el espacio del amor, y se expresa la condición de permanencia, la actividad en favor de los demás (sus mandamientos).
Jesús da a sus discípulos un criterio objetivo de su relación con él y con el Padre: el amor de obra. La realidad de la salvación es verificable; el discípulo puede saber que se mantienen en el amor de Jesús, como Jesús sabe que se mantiene en el amor del Padre (cf. 1 Jn 3,14: nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos). El angustioso interrogante sobre si Dios es propicio ha encontrado su respuesta afirmativa en la dedicación al bien del hombre. Solamente la entrega a los demás puede dar la certeza de ser objeto del amor de Dios. Éste es el criterio que discierne la autenticidad de la experiencia interior.
Sin ese amor no existe vinculación con Jesús ni, por tanto, experiencia del Padre, que se manifiesta en él (12,45; 14,9). Si no existe el amor no queda más que un vacío, la ausencia de Dios; Dios podrá ser imaginado, pero no experimentado, pues el que no ama no puede relacionarse con el Padre. Ese vacío se llena de dioses falsos, que toman el puesto del Padre, único verdadero (17,3).
- 1 Jn 3 Las dos opciones. 3,4-18.
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