<<y a todo el que produce fruto, lo va limpiando, para que dé más fruto>>.
Quien practica el amor, tiene que seguir un proceso ascendente, un desarrollo, hecho posible por la limpia que el Padre hace. Su actividad es positiva (va limpiando) y elimina factores de muerte; haciendo que el sarmiento/discípulo sea cada vez más auténtico, más libre, le da mayor capacidad de entrega y aumenta su eficacia.
Así como el grano de trigo tiene que morir para producir fruto abundante (12,24), y la mujer ha de padecer para que nazca el hombre (16,21), también el sarmiento ha de ser limpiado. Esta condición para acrecentar el fruto coincide con la expresada antes en términos de muerte (12,24), en cuanto ésta significa renuncia al propio interés, despego de la propia vida (12,25).
El desarrollo ha sido expuesto anteriormente desde el punto del vista del discípulo como su camino hacia el Padre por el don de sí creciente (14,6b Lect.). El Espíritu es un dinamismo que no se detiene. No existe un estadio final más que amar hasta la muerte, como Jesús (13,1). La intención del Padre es que aumente el fruto, en la correlación que éste contiene: fruto de amor en el discípulo, fruto de nueva humanidad.
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