<<Todo sarmiento que en mí no produce fruto, lo corta>>.
Empieza Jesús con una advertencia severa, que define ya la misión de esta comunidad. Él no ha creado un cenáculo cerrado ni un ghetto, sino una comunidad en expansión. Todo sarmiento que esté vivo tiene que dar fruto; es decir, todo miembro tiene un crecimiento que efectuar y una misión que cumplir.
El fruto ha aparecido ya en 4,36, refiriéndose a la cosecha de Samaría, con horizonte universal, y en 12,24, donde el acercamiento de los griegos (12,20s) provoca la declaración de Jesús: el fruto es el efecto de la muerte del grano de trigo, es decir, de la expresión del amor sin tasa. El mismo fruto se describe en otros términos en 12,32, como la atracción universal que va a ejercer al ser levantado en alto.
El fruto es la realidad del hombre nuevo. La actividad, expresión del dinamismo del Espíritu, es la condición para que exista; se realiza a nivel de individuo y comunidad (crecimiento) y a nivel de propagación (nacimiento del hombre nuevo, cf. 16,21), es decir, en intensidad y en extensión.
Un sarmiento no produce fruto porque no responde a la vida que se le comunica. El Padre, que cuida de su viña, lo corta; es un sarmiento bastardo, que no pertenece a esa vid.
Jesús no excluye a nadie (6,37), pero el Padre sí. En la alegoría de la vid, la sentencia toma el aspecto de poda. El Padre se encarga de podar su viña. Pero esa sentencia no es más que el refrendo de la que el hombre mismo se ha dado (cf. 3,17-18; 5,22); al negarse a amar y no hacer caso al Hijo, se coloca en la zona de la ira de Dios (3,36). El sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu; el que come el pan, pero no se asimila a Jesús.
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