<<No os lo dije desde el principio porque estaba con vosotros. Ahora, en cambio, me marcho con el que me mandó, pero ninguno de vosotros me pregunta adónde me marcho. Eso sí, lo que os he dicho os ha llenado de tristeza>>.
Nunca les había hablado Jesús de la persecución futura. Hasta ahora, el blanco de la persecución era él, quien, además, podía defenderlos (17,12). En la primera parte del discurso (14,5), Tomás había objetado a Jesús que no sabían adónde se marchaba y, por tanto, no podían saber el camino para seguirlo. Los discípulos siguen sin comprender la muerte como marcha al Padre; para ellos es el fin de todo. No piden explicaciones, que consideran superfluas, sino que se llenan de tristeza al pensar en la separación, que ellos interpretan como soledad definitiva (cf. 14,18). El mundo se presenta como un adversario formidable y, sin Jesús, se sienten indefensos.
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