sábado, 27 de mayo de 2023

Jn 16,26-27

 <<Ese día pediréis en unión conmigo; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, porque el Padre mismo os quiere, ya que vosotros me queréis de verdad y creéis firmemente que yo salí de Dios>>.

Es la tercera y última vez que Jesús señala, con esta expresión, un día futuro determinado (14,20; 16,23.26); alude al primer día de la semana (20,19: aquel día primero de la semana, cf. 20,1) en que vendrá a los suyos y les comunicará el Espíritu (20,19.22). En cada uno de los tres pasajes se ha expuesto un aspecto de la experiencia propia de ese día. En 14,20, la identificación con él y de los suyos con el Padre; en 16,23, aquel día en que lo vean y se alegren (16,22; cf. 20,20), se hará innecesaria toda pregunta; en este pasaje (16,26), ese mismo día, la vinculación producida por el Espíritu les permitirá pedir en unión con él.

Este modo de pedir manifiesta la unión con el Padre a través de Jesús y la comunidad de intereses entre el Padre, Jesús y los suyos. Jesús no se interpone entre el Padre y los discípulos. En él encuentran el contacto directo con el Padre. Puede llamarse mediador porque sólo en él y con él se encuentra al Padre.

En este texto afirma Jesús que no rogará al Padre por los suyos; sin embargo, en otras ocasiones ha declarado que él ruega al Padre en favor de ellos. La oración de Jesús por los suyos funda la comunidad y la mantiene en la existencia, en particular por el don y la comunicación del Espíritu (14,16.24; 17,9.20). Al decirles que rogará al Padre por ellos les da la seguridad de la benevolencia del Padre; bajo la imagen del ruego, que es diálogo, expresa la comunión incesante e íntima entre el Padre y él. Su presencia junto al Padre como primicia de la humanidad nueva se convierte en vínculo de comunión entre Dios y la humanidad.

En ésta, que puede llamarse la intercesión continua de Jesús, se insertan las peticiones de los discípulos; unidos con Jesús, tienen en él pleno acceso al Padre.

No existe, por tanto, un Dios severo y un Jesús mediador, sino un Dios Padre que ama a los hombres y que hace presente su amor en Jesús. Por eso, el amor del Padre y el de Jesús son uno mismo; cuando Jesús actúa es el Padre quien actúa. Jesús es la prueba del amor del Padre, él es la respuesta a toda petición y la expresión del amor que la concede.

El amor del Padre a los discípulos tiene por fundamento la adhesión de éstos a Jesús, su cariño a él como amigos y su fe en su procedencia, que significa reconocerlo como don del Padre. Este presupuesto no significa que el Padre ame directamente a Jesús y sólo indirectamente a los hombres; al contrario, fue el amor a la humanidad el que lo llevó a dar a su Hijo (3,16). Pero, por ser Jesús el don de su amor y el modelo de Hombre, quien lo rechaza, rechaza con ello el amor de Dios y el amor a sí mismo como hombre. Amarlo, en cambio, es responder al amor del Padre, amar al hombre y a sí mismo.

El Padre quiere a los discípulos como a amigos, igual que Jesús. Por ser <<amigo>>, un apelativo de los miembros de la comunidad (cf. 11,11), el Padre, como Jesús (15,15), entra en ella. Ni uno ni otro dominan al hombre; están en su favor y se ponen a su servicio, como lo ha demostrado Jesús (6,11; 13,4ss).

De hecho, Dios ofrece su amor al mundo entero (3,16), pero éste se convierte en recíproco sólo si el hombre responde. El amor no es completo hasta que no sea mutuo; mientras no se acepte queda en suspenso. Los discípulos lo han aceptado al querer a Jesús, y así han hecho eficaz el amor del Padre, Si no se le acepta, queda frustrado; no tiene realidad ni efecto.

La omnipotencia de Dios es la de su amor; no puede actuar más que en esa línea, que es la de su ser (4,24: Dios es Espíritu). Su amor, creador de vida, es ayuda eficaz, pero sólo adquiere realidad cuando encuentra respuesta. Dios no se impone, se ofrece como don gratuito. El mundo, la creación, es una expresión concreta del amor de Dios como don, y ese amor es la fuerza que la sostiene. Si el hombre, la gran expresión de su amor, rechaza su propia realidad, se hace violencia a sí mismo y a la creación; arrastrándola fuera del ámbito del amor, se destruye con ella. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Jn 21,24-25

  Jn 21,24a Jn 21,24b Jn 21,25