<<y os destiné a que os marchéis, produzcáis fruto y vuestro fruto dure>>.
Jesús ha elegido a los discípulos para una misión como la suya (17,18; 20,21). En el contexto de aquella cultura esa frase adquiere un gran significado: los discípulos no son jornaleros que suplican ser admitidos al trabajo; son colaboradores elegidos por Jesús antes que ellos pudieran ofrecerse. No los admite en condiciones de inferioridad, sino en plano de amistad y ayuda (12,26).
El objetivo de su llamada es la misión; ésta pertenece a la esencia del discípulo. Vuelve a eliminar toda pretensión de comunidad cerrada; ellos han de continuar su labor con la humanidad. En esa misión, además, les da libertad (cf. 101,8; 13,3); serán ellos los que se marchen, los que produzcan un fruto que es suyo propio, y un fruto durable. Jesús no absorbe a los suyos, los hace adultos para que ellos sigan sus pasos. Tampoco en la misión crea dependencia.
Los discípulos han de marcharse a recorrer, en medio de la humanidad, su camino hacia el Padre (14,6), el de su entrega progresiva a los demás. En la actividad, el Padre y Jesús estarán con ellos (14,23). El propósito de Jesús es llevar a cabo la creación del hombre; hacer hombres adultos, libres y responsables, animados por su mismo Espíritu, que reproducen sus rasgos en medio del mundo. A través de ellos se irá realizando la salvación.
Jesús espera que la labor de los suyos tenga un impacto duradero, que vaya cambiando la sociedad: que vuestro fruto dure. La eficacia de la tarea no se mide tanto por su extensión como por su profundidad, de la que depende la duración del fruto. Cuanto más fuerte sea el vínculo creado con Jesús y la intensidad de su vida en los nuevos miembros, más permanente será.
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