sábado, 21 de agosto de 2021

Jn 1,32

 Y Juan dio este testimonio: <<He contemplado al Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo; y se quedó sobre él>>.

La primera parte del monólogo de Juan ha sido una declaración hecha al ver a Jesús que llegaba. La segunda es un testimonio sobre él, que nace de su experiencia personal. La declaración (1,29-31) es en realidad una deducción del contenido de su testimonio, que se presenta como anterior en el tiempo. Jesús es el Cordero, el que quita el pecado, el Esposo que va a llevarse a la esposa, porque es él quien ha recibido en su plenitud el Espíritu de Dios, porque es el Hijo de Dios y va a bautizar con Espíritu Santo.

Juan ha visto con sus propios ojos al Espíritu que bajaba y se quedaba en Jesús. No se afirma que Juan bautizase a Jesús, el hecho queda en la sombra; el evangelista no quiere insinuar ni la más momentánea subordinación de Jesús a Juan. No describe ninguna relación directa entre ambos.

La calidad del Espíritu está marcada por su procedencia: <<desde el cielo>>, equivalente de Dios, nombrado en el episodio solamente en relación con Jesús (1,29.34), innominado las demás veces (1,33: el que me envió, aquél; 1,32: el cielo).

Esta visión de Juan está en paralelo con la visión de la gloria por parte de la comunidad (1,14: hemos contemplado; 1,32: he contemplado). Lo que allí se describía en términos de gloria-amor leal es, por tanto, lo que Juan ve en su momento inicial: el Espíritu es el amor leal del Padre (4,24: Dios es Espíritu) que se comunica al Hijo único (1,34), la gloria que va a resplandecer en él. La determinación totalizante <el Espíritu>> equivale a la plenitud de amor y lealtad señalada en 1,14e.

El simbolismo de la paloma tiene varios aspectos. En primer lugar, <<como paloma>> era frase común para denotar el cariño al nido: el Espíritu encuentra su nido, su lugar natural y querido en Jesús; la paloma representa, pues, el amor del Padre, que establece en Jesús su habitación permanente (cf. Mt 3,16; Mc 1,10; Lc 3,22); la comparación <<como paloma>>, en conexión sintáctica con <<bajada>>, indicaría el tipo de movimiento. Sin embargo, el verbo usado por Juan: He contemplado, añade a esta idea la de una imagen visible, por tratarse de una experiencia sensible que sirve de señal (1,33: Aquel sobre quien veas). No existen simbolismos bíblicos de la paloma aplicables a esta escena; sin embargo, una antigua exégesis rabínica (Ben Zoma, ca. 90 d. C.) compara el ceñirse del Espíritu de Dios sobre las aguas primordiales al revolotear de la paloma sobre su nidada.

Esta interpretación, ya común sin duda en la época en que se escriben los evangelios, cuadra perfectamente con la escena descrita por Jn, que interpreta la obra de Dios y la de Jesús en clave de creación (1,1 Lect.). En Jesús se realiza plenamente el proyecto creador (1,14), que consistía en hacer al hombre Dios (1,1c Lect.). El descenso del Espíritu en forma de paloma sería una alusión al principio de la creación, que ahora queda completada en Jesús. La escena, por tanto, aparece como una descripción visual de 1,14a; La palabra/proyecto se hizo hombre, la encarnación del proyecto divino en Jesús, cumbre y meta de la creación entera.

Se unen, pues, las dos ideas de 1,14: el amor de Dios a Jesús (la querencia de la paloma) lo lleva a comunicarle la plenitud de su propio ser (el Espíritu: amor y lealtad); así da remate a su obra en el hombre haciéndolo igual a él mismo.

La bajada del Espíritu sobre Jesús es su investidura mesiánica, la unción que recibe (Mesías = Ungido). En el evangelio, se llamará <<consagración>> (10,36: a quien el Padre consagró y envió al mundo), en contexto mesiánico (cf. 10,24: Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente); a ella corresponde la declaración de Pedro en 6,69: Tú eres el consagrado por Dios (ho hagios tou Theou, en relación, como el verbo anterior, con la denominación <<Santo>> dada al Espíritu, 1,33). También la misma realidad del Espíritu se designa como <<el sello>> que el Padre ha puesto en Jesús (6,27).

La venida del Espíritu sobre Jesús corresponde a los textos proféticos, Is 11,1ss: <<Retoñará el tocón de Jesé, de su cepa brotará un vástago, sobre el cual reposará el espíritu del Señor>>. Incluye también la figura del Siervo de Dios (Is 42,1), cuya misión se extenderá a todos los pueblos: <<Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que promueva el derecho en las naciones>> (cf. Mt 12,18-21). Por último, el pasaje de Is 61,1ss: << El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad>> (cf. Lc 4,18).

La insistencia del Bautista en la permanencia del Espíritu en Jesús (1,32: y se quedó sobre él; 1,33: el Espíritu baja y se queda) indica su importancia. De hecho, la frase alude a la unción de David: Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento invadió a David el Espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante (1 Sm 16,13). Es David el único rey de quien se afirma esta permanencia, mientras Saúl y otros personajes eran arrebatados por el Espíritu ocasionalmente (cf. Jue 3,10; 11,29; 1 Sm 10,6.10).

Aparece así el carácter mesiánico de la declaración de Juan. Jesús, consagrado con el Espíritu, es el nuevo David, que había de ser rey del pueblo según Ez 34,24: Yo, el Señor, seré tu Dios, y mi siervo David, príncipe en medio de ellos.

Se dan aún otras analogías y diferencias con el episodio de Samuel. En primer lugar, el profeta no conocía a David, es más, después de haber visto a todos los hermanos, percibiendo que ninguno de ellos estaba destinado a ser rey, preguntó al padre si no quedaba aún algún muchacho que él no hubiera visto (1 Sm 16,11). Esto explicaría la frase de Juan: Tampoco yo lo conocía, también repetida (1,31.33), acentuando el paralelo con la escena de Samuel y David; subraya así que la elección de Jesús ha sido hecha directa y exclusivamente por Dios. Por otra parte, el evangelista evita toda mediación de Juan Bautista en la escena; él no unge a Jesús con aceite, como hizo Samuel con David; Juan es mero testigo; la unción de Jesús es conferida directamente por Dios, sin mediación humana (cf. 10,36).

Se unen en este pasaje el tema del Esposo (1,30) y el del Mesías-rey, apuntados ya en el prólogo (1,15.17 Lects.).

El Espíritu que baja sobre Jesús y que hace de él la presencia de Dios en la tierra constituye el origen divino de su persona y misión (el que bajó del cielo: 3,13; 6,42.50.51.58; el Dios engendrado: 1,18); por eso Jesús vive en la esfera del Espíritu (4,24: Dios es Espíritu) y pertenece a lo de arriba (8,23)

 

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