lunes, 23 de agosto de 2021

Jn 1,51

 Y le dijo: <<Sí, os lo aseguro: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por este Hombre>>.

Al término de la sección introductoria, pronuncia Jesús su primera declaración solemne, que se refiere a su propia persona. Está dirigida a Natanael (le dijo), pero inmediatamente pasa al plural (os lo aseguro), considerándolo representante de los israelitas fieles, cuya concepción mesiánica quiere corregir Jesús. El hecho de dirigirse a Natanael en singular muestra que las palabras de Jesús miran directamente a este grupo, no al anterior formado por los discípulos de Juan. Esto se confirma por la identidad del verbo <<veréis>> en 1,39 y 1,51. Jesús anuncia a Natanael que su grupo verá lo que los otros ya han visto (1,39: vieron donde vivía). La declaración, por tanto, explica la experiencia propia de la entera comunidad de Jesús.

La imagen usada por Jesús alude a la visión de Jacob en Betel. Jacob (= Israel) había contemplado en aquel lugar una comunicación entre Dios y el mundo (Gn 28,11-17) y en el mismo lugar, en otra visión divina, recibió el cambio de nombre (Jacob/Israel, Gn 35,9-10). La primera visión se describe así: <<Tuvo un sueño: Una rampa que arrancaba del suelo y tocaba el cielo con la cima. Mensajeros (= ángeles) de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie en lo alto y dijo: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac>> (Gn 28,12s).

La primera parte de la declaración de Jesús: Veréis el cielo quedar abierto, indica que la comunicación de que él habla no será ocasional, sino permanente. El cielo figura la esfera divina y su frontera. El cielo permanentemente abierto significa, por tanto, la continua accesibilidad de Dios. El lugar de comunicación será la persona misma de Jesús.

La frase siguiente: y a los ángeles de Dios subir y bajar por este Hombre, alude al tema de la gloria. Los Targumin del Génesis en sus dos recensiones palestinenses tratan de explicar la actividad de los ángeles. A este respecto dicen que vienen a ver <<al hombre justo cuya imagen está grabada en el trono de la gloria>>. Esto concuerda perfectamente con el tema de la <<visión>>, central en este capítulo: la respuesta de Jesús a los discípulos de Juan fue una invitación a ver (1,39: venid y lo veréis, ... vieron dónde vivía); la invitación de Felipe a Natanael hace eco a la anterior de Jesús (1,46: ven a verlo); Juan Bautista funda su testimonio en la experiencia de la visión del Espíritu (1,32: he contemplado al Espíritu; 1,34: pues yo en persona lo he visto); la comunidad creyente apela a la misma experiencia visual (1,14: hemos contemplado su gloria). A la tradición targúmica que coloca la gloria de Yahvé sobre Jacob en el episodio de Betel, ha respondido Jn afirmando que la gloria habita en Jesús y lo llena (1,14). El objeto, pues, de la visión es el hombre que tiene la plenitud de la gloria. Siendo éste la culminación del proyecto creador de Dios (1,14a), nada tiene de extraño que use aquí la expresión <<este Hombre>>, que, si bien enlaza primariamente con los pasajes citados de los Targumin (<el hombre justo cuya imagen está grabada ...>>), se remonta a través de ellos a la idea del hombre creado a imagen de Dios. En efecto, el Targum Neofiti cuenta así la creación del hombre: <<Creemos al hijo del hombre (la expresión es idéntica a la de Jn) a nuestra semejanza, como semejante a nosotros... La Palabra de Yahvé creó al hijo del hombre a semejanza suya (Gn 1,26-27)>>. Así, la promesa a Natanael vuelve a expresar la idea ya expuesta por Jn: el lugar de la manifestación de la gloria es Jesús mismo como realización de la presencia de Dios. Él es el templo, la casa de Dios.

Así como Jacob/Israel no sabía que Dios se encontraba en aquel lugar (Gn 28,16), los discípulos representados por Natanael no saben aún que Jesús realiza la presencia de Dios entre los hombres. Para dirigirse a este resto de Israel ha escogido Jesús precisamente una imagen que recuerda lo sucedido con el padre del pueblo, Jacob/Israel.

Jesús había renovado la elección aludiendo a un texto profético (1,48); ahora interpreta su calidad de Mesías tomando pie de un texto de <<la Ley>> (el Pentateuco) escrita por Moisés; así responde al anuncio de Felipe a Natanael (1,45: Ley, profetas).

Al título de <<el Hijo de Dios, rey de Israel>> que le han sido aplicados por Natanael, opone Jesús el de <<el Hombre>> (<<el Hijo del hombre>>).

La oposición de <<el Hombre>> (levantado en alto) y <<el rey de Israel>> volverá a establecerse en 12,13.23.34, confirmando que el título <<el Hijo de Dios>> está interpretado por Natanael en categoría de rey mesiánico. Pero Jesús va a ser la presencia de Dios no en cuanto rey de Israel, sino  en cuanto es <<el Hombre>>. Este título que se aplica Jesús formula de otro modo la expresión del prólogo: La palabra/proyecto se hizo hombre, realidad humana (1,14). El Mesías-salvador es el hombre llegado a su plenitud, que, por lo mismo, es el Hijo de Dios, el Hombre-Dios. No es solamente el mediador privilegiado entre Dios y los hombres, sino la presencia misma de Dios con los hombres. Él no será rey de Israel dominando como los reyes de la historia, sino por la máxima realización del hombre, manifestando su amor-gloria con el don de su vida (18,36; 19,19). El proyecto salvador de Dios no se basa en la realeza davídica, sino en la plenitud humana. La unción del Mesías ha sido la del Espíritu, y ésta lo ha constituido <<el Hombre>> acabado y <<el Hijo de Dios>>. Él es la realidad y la presencia de la gloria-amor del Padre (1,14), que no puede conocerse más que por experiencia (1,14.39.51).

La promesa de Jesús describe, por tanto, en otros términos el contenido de 1,14: hemos contemplado su gloria ... plenitud de amor y lealtad, y el de la visión del Bautista (1,32): He contemplado al Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo; y se quedó sobre él. Ésta será la voluntad de Jesús para los suyos: Quiero que también ellos, lo que me has dado, estén donde estoy yo, para que contemplen mi gloria (17,24). Antes de comenzar su actuación propone Jesús la característica de su comunidad, la de aquellos que viven con él (1,39) en la zona de la vida, que es la del Espíritu.

¿Cuándo verán los discípulos esta realidad? Anticipadamente se ha dado por realizada para algunos en 1,39, pero la manifestación a Israel (1,31), que es la que aquí promete Jesús, se irá realizando durante el entero día del Mesías (2,1-11.54), que se abre y se cierra con una manifestación de su gloria (2,11), que es la del Padre (11,4.40=, y culminará en la cruz. En esta perícopa hay dos promesas de visión futura. En 1,50 se ha prometido a Natanael que <<verá>> cosas mayores; en 1,51, en cambio, se utiliza el plural, <<veréis>>, que siempre incluye al entero grupo de discípulos. Cada uno de estos verbos tendrá su correspondiente más adelante. El primero, en la perícopa de Lázaro, último episodio del día del Mesías, unida a ésta por el paralelo entre 1,44 y 11,1 (cf. Lects.); allí se dice a Marta que <<verá>> la gloria de Dios (11,40), que es la de Jesús (11,4), en el don de la vida definitiva. Pero esta señal, como toda la actividad de Jesús, anticipa lo que ha de llevarse a efecto en <<su hora>>; Jesús quedará como manifestación definitiva de Dios en la tierra y comunicación entre Dios y el hombre, cuando sea levantado en alto, entre el cielo y la tierra (3,14; 8,28; 12,32; cf. 7,37). Entonces se cumplirá la segunda promesa: mirarán al que traspasaron (19,37), de cuyo costado abierto fluye sangre y agua; el amor demostrado (sangre derramada) y el amor comunicado (agua-Espíritu, cf. 1,16.32.33). Su costado quedará abierto como comunicación continua de su amor a los suyos (20,25.27). Los discípulos han de experimentar continuamente su gloria-amor, la que el Padre ha comunicado a Jesús (17,24).

En los últimos episodios, los discípulos han aplicado a Jesús los títulos de Maestro (1,38.49) y Mesías en sus diversas interpretaciones (1,41.45.49). La declaración final (1,51) señala, sin embargo, que el grupo no se reúne alrededor de Jesús solamente para aprender o para seguir a un caudillo, sino, ante todo, para residir en el ámbito de Dios, que es el de la vida.

SÍNTESIS

Se describe en esta perícopa otro grupo de los que integran la comunidad de Jesús. Se distingue de los dos anteriores en que estos hombres no han efectuado la ruptura con las instituciones, sino que son fieles a la tradición, penetrados como están de AT. Muestran una preparación insuficiente al mensaje de Jesús por no haber salido de la antigua mentalidad. No habiendo sido discípulos de Juan, no han recibido su bautismo ni conocen su testimonio. Conciben al Mesías en la línea del AT, piensan que cumplirá las promesas restaurando lo antiguo en toda su pureza; no ven la novedad de su alternativa; representa para ellos la continuidad con el pasado.

Se retrata aquí la comunidad judaizante. Jesús la llama y le anuncia su integración en la comunidad mesiánica, pero le avisa y le promete que también ellos han de llegar al punto donde los otros han llegado, a vivir en su alternativa, la esfera de la comunicación divina. El Mesías no es el que domina al pueblo, sino el que lleva al hombre a su plenitud.

Con la constitución de la comunidad de Jesús, compuesta por grupos de mentalidad muy diversa, termina la sección introductoria. En ella se ha expuesto el verdadero concepto del Mesías (1,29-34) y se han descrito las actitudes de los diferentes discípulos, que encarnan grupos cristianos. Empieza a continuación la actividad del Mesías, la manifestación del amor leal.

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