Faltó el vino, y la madre de Jesús se dirigió a él: <<No tienen vino>>.
Elemento indispensable en la boda, como señal de alegría, el vino es símbolo del amor entre el esposo y la esposa, como aparece claramente en el Cantar (1,2; 7,10; 8,2...). En esta boda, que representa la antigua alianza, no existe relación de amor entre Dios y el pueblo.
En la situación triste de la falta de vino/amor interviene la madre de Jesús, que se limita a informarlo, sin formular una petición explícita. Hay que precisar, pues, a quién representa la madre, que por un lado es miembro de la boda y por otro tiene un estrecho vínculo con Jesús, el invitado.
Recuérdese, en primer lugar, que la madre no ostenta nombre propio. Nótese seguidamente que, al dirigirse a Jesús, no lo llama hijo; Jesús, por su parte, tampoco la llama madre. Entre Jesús y ella existe por tanto, una relación de origen, pero no de dependencia, ni aun de familiaridad. Ni ella pretende tener derecho alguno sobre Jesús (ausencia de petición, cf. 11,3), ni Jesús se reconoce dependiente de ella (2,4; mujer, no madre).
En la narración, construida sobre el símbolo de boda/alianza, la madre, que pertenece a la antigua alianza, pero que reconoce al Mesías y espera en él, personifica a los israelitas que han conservado la fidelidad a Dios y la esperanza en sus promesas. La madre de Jesús es, por consiguiente, la figura femenina que corresponde a la masculina de Natanael, el verdadero israelita (1,47). Este representaba al Israel fiel en cuanto objeto de renovada elección por parte del Mesías. La madre, como figura femenina, sirve para denotar el origen del Mesías, el vástago que nace del verdadero Israel y en quien va a cumplirse las promesas.
Ha reconocido al Mesías y se aviva su esperanza. Su primer paso consiste en mostrarle la carencia: No tienen vino. Con esta frase, aun perteneciendo a la boda, se distancia de ella (no tienen, en lugar de no tenemos). Sabe bien que el Dios de la alianza es amor y lealtad (Ex 34,6; cf. Dt 4,37; 7,7s; 10,15; Jn 1,14e Lect.) y que ese amor no ha cesado (cf. Jr 31,3 [38,3 LXX]: <<Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi lealtad>>); espera el día prometido por el profeta (Jr 31,1: <<En aquel tiempo -oráculo del Señor- seré el Dios de todas la tribus de Israel y ellas serán mi pueblo>>). Expone a Jesús lo intolerable de la situación, esperando que él ponga remedio. No puede saber lo que Jesús hará, pero sabe muy bien lo que a Israel le falta. El antiguo Israel pone su confianza en el Mesías, al que ha reconocido (1,45.49). No se dirige al jefe del banquete, encargado de procurar las provisiones y responsable de la carencia de vino; pertenece a la situación, y de él no hay nada que esperar. Sólo el Mesías puede dar la solución.
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