viernes, 27 de agosto de 2021

Jn 2,16

 y a los que vendían palomas les dijo: <<Quitad eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios>>.

Mientras las palomas eran los animales sacrificiales de menor importancia, son éstos, sin embargo, los únicos vendedores a quienes se dirige Jesús, y a los que hace responsables de la corrupción del templo. Por otra parte, no toca él las jaulas de las palomas, son ellos los que deben quitarlas. Este trato sería desproporcionado a menos que estos vendedores tengan un significado central en la narración. De hecho, la responsabilidad exclusiva que les atribuye Jesús en la profanación del templo los hace figura de la jerarquía sacerdotal. De ahí su relación con el simbolismo de las palomas.

La paloma era el animal usado en los holocaustos propiciatorios (Lv 1,14-17) y en los sacrificios de purificación y expiación (Lv 12,8; 15,14.29), especialmente si los que habían de ofrecerlos eran pobres (Lv 5,7; 14,22.30s). Holocaustos y sacrificios eran maneras de reconciliarse con Dios. Se encuentra aquí el mismo tema presentado en Caná bajo el símbolo de las tinajas; el sacrificio de las palomas entra dentro de <<la purificación de los Judíos>> (2,6). Los vendedores de palomas son, por tanto, los que ofrecen por dinero la reconciliación con Dios y representan a la jerarquía sacerdotal, que comercia con el favor de Dios. Como en Caná el vino del Espíritu se oponía a las tinajas vacías (2,9 Lect.), así las palomas sacrificiales se oponen al Espíritu, la paloma bajada del cielo (1,32), que es el amor y favor gratuito de Dios (1,14: kharis) y autor de la verdadera y definitiva purificación del hombre (2,9b-10 Lect.).

La jerarquía del templo explota en particular a los pobres ofreciéndoles por dinero presuntos favores de Dios. Por eso, en contraste con las dos ocasiones anteriores, ganado y cambistas, Jesús no ejecuta acción alguna, se dirige a los vendedores mismos. Son ellos los que tienen que desistir de su comercio, que presenta a Dios como un comerciante más. De ahí que esta acusación sea la más grave de las tres que hace Jesús: explotación del pueblo por medio del culto (sacrificios de animales), y del impuesto (cambistas), pero, sobre todo, por el interesado engaño de los pobres con el fraude de lo sagrado.

Jesús actúa como Hijo, en sentido exclusivo (mi Padre); es él quien representa al Padre en el mundo. Al expresar esa relación particularísima con Dios, afirma una vez más su mesianidad, por alusión a Sal 2,7: <<Hijo mío eres tú>>, palabra que Dios dirige al Mesías-rey (ibíd. 2,6).

La repetición del término casa (casa de mi Padre, casa de negocios), que denota habitación estable, indica la sustitución permanente del culto a Dios por el comercio. El templo ya no es tal, sino un mercado; el dios primario del templo es el dinero. El culto se ha convertido en un pretexto para el lucro, que es su objetivo principal. Pero, puesto que el templo lleva aún el nombre de Dios, los acusa de atribuir la explotación a Dios mismo. El lugar donde Dios debería manifestar su gloria, su amor fiel al hombre, es un lugar de engaño y de abuso.

Al llamar a Dios <<mi Padre>>, Jesús lo saca del templo; la relación con él no es religiosa, sino familiar, en el ámbito doméstico. El término desacraliza a Dios. La relación con él no es ya de temor, sino de amor, intimidad y confianza. En la casa de su Padre no puede haber comercio; siendo casa de familia, todo pertenece a todos. En aquella masa de explotadores y explotados, sólo Jesús se siente Hijo. El pueblo establece relación con Dios mediante el dinero, encontrando un Dios opresor, no un padre. Y esta corrupción religiosa es culpa de los dirigentes (no convirtáis).

Tal es la denuncia que hace el Mesías de la situación: Dios está subordinado a la codicia y es utilizado para explotar a la gente. Se comprende la denominación <<la Pascua de los Judíos>>. Es una Pascua utilizada en beneficio de los dirigentes, que desangran al pueblo en nombre de Dios.

Jesús denuncia la institución centra de Israel, símbolo del pueblo mismo y de su elección divina. Se queja de que el templo no haya cumplido su misión histórica, ser signo de la habitación de Dios en medio del pueblo. De hecho, el aparato administrativo de comercio y sacrificios no había existido al principio, como ya lo habían anunciado Jr 7,22: <<Cuando saqué a vuestros padres de Egipto, no les ordené ni hablé de holocaustos y sacrificios>>, y Am 5,25: <<¿Es que en el desierto, durante cuarenta años, me traíais ofrendas y sacrificios, casa de Israel?>>. La tienda del desierto, a la que sucedió el templo, había sido el signo de la presencia salvadora de Dios, de su actividad en favor del pueblo. Al referirse Jn a la tienda, llena de la gloria de Dios (1,14; cf. Ex 40, 34ss), alude a la del desierto para expresar la presencia de Jesús en la comunidad y en el mundo. En cambio, el Dios liberador y salvador había pasado a ser un Dios exigente y explotador; no el Dios que daba vida, sino el que la exigía para sí.

Aunque para muchos el culto del templo fue de hecho ocasión de profunda experiencia religiosa (cf., por eje., Sal 42), Jn, que no hace la historia de la piedad israelita, ve el templo en tiempo de Jesús como un instrumento de explotación de manos de los dirigentes.

La antigua tienda/templo había tenido su misión histórica: preparar a la etapa definitiva que se realiza en Jesús. Por culpa de los dirigentes, no la ha cumplido.

El templo era una realidad estática; para ir a él tenía el hombre que salir de su historia, de su vida. La tienda del desierto, en cambio, sede de la gloria de Dios, caminaba con el pueblo, lo guiaba y acompañaba; con él Dios se hacía historia. A la tienda, Dios bajaba; al templo, el hombre tiene que subir hasta Dios.

En adelante, la manifestación de la gloria de Dios se hará en Jesús, la Palabra hecha hombre, que ha plantado su tienda entre nosotros (1,14). Como en el desierto, la presencia de su amor acompañará a su comunidad en la historia. La antigua tienda era figura de la nueva realidad.

Juan Bautista había anunciado a los judíos: <<entre vosotros se ha hecho presente, aunque vosotros no sabéis quién es>> (1,27), y los discípulos preguntaron a Jesús: <<Maestro, ¿dónde vives?>> (1,38). Jesús, la presencia dinámica de Dios entre los hombres, no tiene residencia fija; en este evangelio Jesús no tiene domicilio permanente ni un centro de operaciones particular. Va y viene, según las circunstancias. Pero donde él esté, allí se encuentra el acceso a Dios (1,51; 5,13 Lect.).

La frase de Jesús a los vendedores/dirigentes es, sin embargo, exhortación al mismo tiempo que denuncia: Jesús no viene sencillamente a condenarlos (3,17; 12,47), sino a invitarlos a responder a la luz; por eso emplea la expresión: no convirtáis, dejando abierta la posibilidad de rectificar. Él denuncia su injusticia, para que ellos recapaciten y dejen de practicarla. No da sentencia contra nadie, es el hombre miso el que da su propia sentencia, respondiendo o negándose a responder a la luz que lo ilumina (1,9; 3,18.19).

Resumiendo el contenido de la actuación de Jesús, éste anuncia en primer lugar su intención de sacar a la gente (simbolizada por las ovejas) fuera de la institución religiosa, que destroza al pueblo con el culto, los impuestos y el fraude de lo sagrado. Los explotadores son las autoridades del templo, el sacerdocio, infiel a su misión, y los dirigentes judíos en general, que, con su proceder, deforman la imagen de Dios, convirtiéndolo en un tirano. Lo mismo que la Ley alejaba a Dios e impedía la experiencia de su amor (2,6), así el templo y el culto retratan a un Dios ávido y exigente, en lugar de un Padre, dador de vida.

     

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Jn 21,24-25

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