Jesús le replicó: <<Sí, te lo aseguro: Si uno no nace de nuevo, no puede vislumbrar el reino de Dios>>.
La respuesta de Jesús es categórica (te lo aseguro) y enuncia una condición que no admite excepciones.
La expresión que se traduce: de nuevo, significa en griego al mismo tiempo de nuevo y de arriba. Jesús no admite los presupuestos de Nicodemo: la Ley no puede llevar al hombre al nivel requerido por el reino de Dios: la Ley es <<de abajo>> (3,31), no es fuente de vida (1,4b Lect.); la vida viene <<de arriba>>, de un nuevo nacimiento. Tal es la condición para percibir el reinado de Dios; quien no haya nacido de nuevo, recibiendo una vida diferente que tiene su origen en lo alto, no puede figurarse siquiera lo que es. La Ley no da una idea de él ni es medio para alcanzarlo.
El reinado de Dios era la meta de Israel, su ideal. En la mentalidad farisea, el Mesías, que debía inaugurarlo, sería el primer maestro y observante de la Ley. El reino se realizaría porque todo israelita sería <<justo>> conforme a esa norma, y sería desterrada la impiedad de los <<pecadores>> o descreídos.
Para Jesús, el reino de Dios, mencionado únicamente en este pasaje, supone la creación acabada: es la realidad final, la etapa definitiva y sin término. Sólo el nuevo nacimiento, que completa la creación del hombre comunicándole el Espíritu de Dios (Gn 2,7: el soplo de vida), le permite comenzar a vivir con plenitud (1,12: los hizo capaces de hacerse hijos de Dios).
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