Jesús les dijo: <<Llenad las tinajas de agua>>. Y las llenaron hasta arriba.
Se dirige a los sirvientes, que, por indicación de la madre, están dispuestos a ejecutar lo que él diga. El Mesías, cuya hora no ha llegado aún, va a mostrar al Israel expectante cuál será el efecto de su misión cumplida y el resultado de su obra. Jesús sabe que las tinajas están vacías y hace tomar conciencia de ello a los sirvientes. Les da una orden, que pide su colaboración en lo que va a hacer. Ellos la ejecutan escrupulosamente: y las llenaron hasta arriba.
Al hacer llenar las tinajas de agua indica Jesús que él va a ofrecer la verdadera purificación. Pero ésta no va a depender de ninguna Ley, porque las tinajas nunca van a contener el vino que él ofrece. El agua se convertirá en vino fuera de ellas (2,9: los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua). Jesús hace llenar las tinajas solamente para hacer comprender que lo que, en la antigua alianza, era una ficción, va a ser ahora realidad, pero independientemente de la Ley antigua. La Ley no podía purificar, Jesús sí; pero no lo hará con un agua externa, sino con un vino que penetra dentro del hombre. Su purificación será tan eficaz que no necesitará ser repetida (13,10: Quien se ha bañado no necesita que le laven más que los pies, está enteramente limpio; 15,3: Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he venido exponiendo). La Ley se interponía entre el hombre y Dios. En adelante, no habrá intermediarios; el vino, que es el amor, establecerá una relación personal e inmediata. Allí existirá la alegría (15,11: Os he venido hablando de esto para que mi propia alegría esté en vosotros y así vuestra alegría llegue a su colmo).
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