martes, 31 de agosto de 2021

Jn 2,25

 no necesitando que nadie hiciera declaraciones sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre llevaba dentro.

El conocimiento de Jesús (2,24: por conocerlos a todos) no procedía de información, sino de su penetración de las aspiraciones y tendencias del hombre. Su clarividencia lo llevaba a rechazar la adhesión que se le ofrecía.

Jesús sabe perfectamente que se le interpreta a partir de ideologías que deforman la realidad; lo identifican con sus expectaciones, imponiéndole el programa mesiánico tradicional, que se formulaba en categorías de poder y dominio, de juicio y discriminación entre judíos y paganos y, aun dentro del pueblo judío, entre <<puros>> y colaboracionistas con el poder romano. La discriminación actuaba también en el terreno de la pureza de linaje y en el de la observancia de la Ley. Esperan de él la deposición de las jerarquías existentes, la reforma de las instituciones, el triunfo sobre los invasores, la restauración de la monarquía davídica, el esplendor nacional.

Pero Jesús, en primer lugar, no viene a condenar ni a excluir, sino a ofrecer a todos una posibilidad de salvación (3,17). Tampoco pretende reformar el templo y con él la entera institución, sino sustituirla. Ha dado a entender que el lugar de la presencia de Dios, el lugar natural de su habitación, es el mismo hombre: él (1,14: la tienda donde habita la gloria de Dios) y los suyos detrás de él (17,22: yo, la gloria que tú me has dado se la dejo a ellos). Dios no será ya el Dios del templo y de la nación, sino el Dios del hombre.

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