martes, 31 de agosto de 2021

Jn 2,23

 Mientras estaba en Jerusalén, durante las fiestas de Pascua,  muchos prestaron adhesión a su figura, al presenciar las señales que él realizaba.

Jn no ha descrito el día de Pascua ni ha hecho alusión alguna a ceremonias o ritos religiosos. Las festividades de Pascua, sin embargo, prosiguen, y con ellas la concurrencia de gente en la capital. La actuación de Jesús en el templo ha tenido gran resonancia, pero su actividad no se ha detenido ahí, ha continuado durante las fiestas. Esto hace que muchos tomen partido por él, por descubrir en él la figura del Mesías reformador. En paralelo con la interpretación dada a su actuación por sus propios discípulos (2,17 Lect.).

El motivo de la adhesión eran las señales que estaba realizando, señales suyas propias, características. La expulsión de los mercaderes tuvo, por tanto, una continuación, que el evangelista no menciona más que globalmente. Estas señales no interesan en sí mismas, prolongan la intervención en el templo; ésta da la clave para interpretar el resto de la actividad de Jesús durante las fiestas.

La señal dada en el templo era claramente mesiánica; así lo demuestra el uso del azote de cuerdas (<<el azote del Mesías>>), el cumplimiento de la profecía de Zac 14,21, la alusión al Sal 2,6-7 (la casa de mi Padre). Como en el episodio de Caná, donde lo sucedido se identifica como <<señal>> sólo al final del episodio, lo mismo ocurre aquí: el autor llama <<señales>> a los sucesos del templo (cf. 2,18: estas cosas) sólo después de haber narrado toda la escena. En el episodio de Caná explicó Jn cómo la señal fundaba la fe de los discípulos y, paradigmáticamente, en qué sentido las señales de Jesús sirven de fundamento a la fe; esto es, en cuanto manifestación de su gloria-amor (2,11). Para Jn, la clave de lectura de las señales es su relación con la muerte de Jesús (2,4: su hora; 2,19; suprimid este santuario); ellas <<adelantan>> su muerte por ser una prueba veraz del amor que, en su muerte, va a manifestarse en plenitud.

Muchos prestaron adhesión a su figura, pero de una manera equivocada, interpretando mal sus señales; su adhesión/ fe no es la que requiere Jesús. Aceptan un Mesías poderoso que desafía el poder; no pueden imaginar que el poder de Jesús es un amor hasta la muerte. Lo consideran Mesías según la señal del templo, pero asimilándolo a sus categorías mesiánicas. Jesús había mostrado su intención de liberar al pueblo de la explotación (religiosa), pero dando a los dirigentes la oportunidad de rectificar (2,16 Lect.). En cambio, los ahora partidarios de Jesús no han visto que la señal manifieste su amor fiel al hombre ni que anuncie una sustitución del templo por su humanidad (su cuerpo), que, por ser la expresión máxima del amor de Dios, se convierte en el santuario donde en adelante brillará su gloria (2,19.21); han interpretado su gesto como un enfrentamiento con los dirigentes como enemigos. Jesús, el Hijo, no ha venido, sin embargo, para pronunciar sentencia, sino para que el mundo por él se salve (3,17). Han visto en su actuación una sentencia condenatoria, mientras era la invitación de la luz, para que le diesen su adhesión (3,19). Jesús ha denunciado la injusticia que representa el templo, para que comprendan. Son los dirigentes, con su reacción contraria a Jesús, quienes han preferido la tiniebla (ibíd.).

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