<<para que contemplen mi propia gloria, la que tú me has dado, porque me has amado antes que existiera el mundo>>.
Contemplar la gloria-amor es correlativo de su manifestación (17,1.4.5). Al participar de la condición de Jesús, los discípulos, como la comunidad de Jn afirmaba de sí misma en el prólogo (1,14), podrán contemplar su gloria, es decir, experimentar su amor y responder a él, gracias al Espíritu recibido (1,16: un amor que responde a su amor).
La gran manifestación de la gloria se verificará en la cruz, y allí el testigo la verá personalmente y dejará testimonio (19,35). El amor allí manifestado, que continúa, como sigue abierto el costado de Jesús (20,25.27), es el que la comunidad experimenta. El grupo de Jesús goza continuamente de su presencia y de su amor, sabe que se construye en torno a él, y que en esa experiencia se funda su unidad. Su mirada converge en Jesús, el Hombre levantado en alto, señal y fuente de vida (3,14s).
Jesús recibió la gloria-amor porque el Padre lo amaba antes que existiera el mundo. Esta frase pone de nuevo en paralelo este párrafo con el primero (17,5: La gloria que tenía antes que el mundo existiera en tu presencia). Jesús ha realizado el proyecto de Dios (1,1), que el Padre había concebido como expresión total de su amor, y cuya realización en Jesús preveía desde el principio. Nótese que Jn omite la escena del bautismo de Jesús; mientras en los sinópticos el bautismo significa su compromiso hasta la muerte, siendo el Espíritu la respuesta del Padre, en Jn la comunicación del Espíritu equivale a la realización del proyecto creador en él y a la misión de realizarlo en los hombres.
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