sábado, 1 de julio de 2023

Jn 17,26

 <<Ya les he dado a conocer tu persona, pero aún se la daré a conocer, para que ese amor con el que tú me has amado esté en ellos y así esté yo identificado con ellos>>.

En sus últimas palabras resume Jesús el contenido de su oración. Alude a su actividad pasada (cf. 17,4: Yo he manifestado tu gloria en la tierra; 17,6: He manifestado tu persona a los hombres que me entregaste) y afirma su propósito para el futuro: y se la daré a conocer, que equivale a la futura manifestación de la gloria (17,1: Manifiesta la gloria de tu Hijo para que el Hijo manifieste la tuya; 17,5: Manifiesta tú mi gloria a tu lado). La frase de Jesús está en paralelo con la voz del cielo de 12,28: Como la manifesté, volveré a manifestarla, en respuesta a la petición de Jesús: Manifiesta la gloria de tu persona (12,28). La manifestación futura se refería a la muerte de Jesús, culminación de su hora (12,23.32). Allí era promesa del Padre; aquí, propósito de Jesús. Su cruz será la revelación plena y definitiva de la persona del Padre, manifestando todo el alcance de su amor. La afirmación de Jesús: y se la daré a conocer, es un grito ante la muerte próxima, que será su victoria definitiva sobre el mundo (16,33).

El fruto de su muerte será que el Espíritu que se comunicó a Jesús se comunique también a los discípulos; éste es el don del amor del Padre que recibirán de la plenitud de Jesús (1,16; 19,34: el agua del costado).

Como ya se ha podido observar, la realidad divina que se comunica al hombre recibe nombres diversos. Se llama Espíritu, en cuanto que es fuerza, principio vital que se recibe; vida, en cuanto fuerza que se posee; amor, en cuanto actividad de la vida que tiende al don de sí mismo para comunicar vida; gloria, en cuanto la vida y el amor son visibles.

Conocer al Padre es la vida definitiva (17,3); por eso Jesús va a dar a conocer su persona, para que el hombre pueda conocerlo experimentando su amor.

Jesús quiere que, ante el Padre, los discípulos sean iguales a él, que gocen del mismo amor del Padre que él ha gozado y que así formen una unidad con él. No dice en esta ocasión que ellos estén identificados con él, sino él con ellos; Jesús está presente en la comunidad, es uno con ella, por el amor que el Padre comunica a ésta, el mismo Espíritu que le comunicó a él.

Jesús no absorbe ni acapara a los suyos. En medio del mundo donde han de estar presentes (17,11.15), él los acompaña en la tarea (14,23), actúa con ellos y por ellos. Los discípulos perpetúan así su presencia y la del Padre, su mensaje y actividad en medio de la humanidad que espera ser liberada de la tiniebla.

Jesús pide por los suyos teniendo presente a la humanidad entera. Es el final de la actividad de Jesús. Llega el momento en que no podrá seguir actuando, porque va a darse totalmente. Lo pone todo en manos del Padre, cuya presencia se hace más visible en este momento. El grano de trigo va a caer en tierra y morir; quiere dar mucho fruto.

SÍNTESIS

El acontecimiento salvador es la muerte de Jesús, un hecho que sucede en la historia y que revela en primer lugar lo que es Dios, amor total y gratuito al hombre; a esta realidad de Dios corresponde el nuevo nombre de <<Padre>> (17,1.24).

Revela al mismo tiempo lo que es el hombre, es decir, el proyecto de Dios sobre él: que sea, como es el Padre, don gratuito y total de sí a los demás (17,1.26), haciéndose así <<hijo>>.

La unidad

Del hecho de la muerte por amor al hombre, que identifica a Jesús con el Padre, nace la petición principal de su oración, a la que todas las otras se subordinan, la unidad perfecta entre los suyos: que todos sean uno (17,11.21.23). Esa unidad realiza a los discípulos (17,23).

Las otras afirmaciones o peticiones de Jesús expresan los presupuestos que permiten alcanzar esa unidad; tales son la entrega del mensaje (17,14), la consagración con la verdad (17,17) y la comunicación de la gloria-amor (17,22). El mismo acontecimiento salvador, la manifestación de la gloria-amor (17,1), tiene por objetivo dar vida definitiva, que se identifica con el conocimiento propio de los hijos, efecto del Espíritu ( = amor, gloria) comunicado (17,2-3). Todas estas formulaciones describen una misma realidad: la capacitación de los discípulos para hacerse hijos de Dios (1,12) por la comunicación del Espíritu (1,13: nacer de Dios; cf. 1,14.32; 3,5s; 7,37-39), que es la gloria (1,14.32), el amor leal (1,14.16.17), el mensaje (17,17) y el principio de vida (6,63).

La unidad por el amor

La unidad que desea Jesús para los suyos es obra del amor mutuo, contenido de su mandamiento: amar como él ha amado (13,34), dándose a los otros hasta la muerte (15,13). La unidad existe, por tanto, cuando los miembros de la comunidad se aman de tal manera que cada uno se entrega a los demás sin límite.

Este amor es la norma de conducta del discípulo. La vida que da Jesús con el Espíritu se recibe para darla. La cooperación con el Espíritu va desarrollando la capacidad de entrega.

El don de sí establece la relación interpersonal, que no se crea dando <<cosas>>, sino dándose uno mismo. En cualquier donación se ofrece la propia persona.

El bien del hombre, en efecto, no está en poseer <<algo>>, sino <<a alguien>>, en poseer a Dios y a los demás. Ahora bien, esta posesión no se adquiere por conquista o compra, se recibe como don gratuito. En la comunidad de Jesús cada uno posee a los demás a través del amor, porque cada uno regala su vida a todos, como el Padre, que es Espíritu (4,24), da su Espíritu a Jesús (1,32) y Jesús se entrega y entrega el Espíritu a los hombres (10,11; 19,30). Cada uno es dueño de su vida, su máxima riqueza, para entregarla; de esa manera todos tienen en común la riqueza de todos (cf. 17,10). Tal es el patrimonio de la comunidad, las vidas puestas en común; así se realiza el mandamiento del amor mutuo.

Se ve así el sentido del <<servicio>> que Jesús considera normativo para los suyos. Es el don personal de todos a todos. No basta un servicio <<objetivo>> al hombre, sino uno que en el objetivo lleva dentro lo subjetivo, el ofrecimiento de la persona. Así ha aparecido en el episodio de los panes (6,10ss). No basta dar el pan que se acaba, <<el don objetivo>>; hay que dar <<el pan que dura dando vida definitiva>>, el don de sí por amor (6,27).

Que sean uno

En esta experiencia de intercomunión se trasciende la individualidad de cada miembro, haciéndolo superar su propia frontera para hacerse presente en los otros. El individuo adquiere así una dimensión nueva, al integrarse en el <<uno>> (17,21.22.23) o en el <<nosotros>> (1,14.16>) que así resulta, cuya realidad rebosa la suma de las riquezas individuales. El don total de sí no vacía de contenido al donante, éste no se disuelve al integrarse en el <<nosotros>>. <<Darse>> significa liberar en sí mismo toda la potencia del amor, que es el Espíritu de Dios, su fuerza creadora; en el término de su donación el hombre vuelve a encontrarse a sí mismo con su verdadera identidad de hijo de Dios, semejante al Padre y, como él, dador de vida (10,17).

El don de sí mismo

El hombre no llega a su máximo desarrollo, a realizar el designio creador, hasta que no ha aprendido a darse del todo, como Jesús (13,34) de una manera o de otra. Esto equivale a considerar la propia vida como pan y vino, que existen solamente para ser comidos y bebidos, y así dan vida al hombre.

El don de sí mismo es progresivo, es un camino (14,4.6), un crecimiento en intensidad y extensión. Se desarrolla la capacidad de amar y se descubren nuevas posibilidades de hacerlo. La donación personal, para manifestarse y existir, necesita expresiones concretas. Es un lenguaje que hay que ir encontrando, <<las exigencias>> (17,8) que especifican el don de sí en cada circunstancia. Cada donación de amor expresa y comunica el Espíritu de Dios (3,34).

Para poder darse, el hombre necesita poseerse, ser dueño de sí mismo para decidir de su don personal, según su propia peculiaridad. Siendo el mandamiento del amor el único camino para el hombre, la norma que traduce la vida y la muerte de Jesús mismo, el hombre tiene que guardar celosamente la posibilidad de darse y, por lo mismo, su libertad. En último término, el bien radical que el hombre posee, lo único de que puede realmente disponer es su persona; si se le impide hacerlo, se le priva de la posibilidad de entregarse, que es la única posibilidad de realizarse, y, por tanto, se le priva de su riqueza esencial. Quien suprime la libertad quita al hombre la posibilidad de serlo.

El amor de Jesús consiste en el don de sí mismo generoso y gratuito. No busca la propia afirmación, sino la del otro y, por tanto, no exige siquiera ser aceptado ni correspondido. Respeta así absolutamente la libertad, permitiendo al otro entregarse a su vez él mismo.

Para Jesús, la norma de conducta no se basa en una definición previa y abstracta del hombre y de su bien; se va encontrando en la relación interpersonal, la del amor, donde el hombre no es un objeto, sino un sujeto libre, con su peculiaridad y en su circunstancia.

La misión

La unidad es creada por el Espíritu-amor, que se recibe de Jesús y une con él, el mismo que crea la unidad entre Jesús y el Padre (14,20; 15,4). Por esa comunión con Jesús, la comunidad tiene su misma misión (17,18), dar fruto (15,8.16) manifestando la gloria-amor del Padre.

La existencia de la comunidad, una, es al mismo tiempo el origen y el término de la misión. La unidad identifica a la comunidad con Jesús y con el Padre (17,21), haciéndolos presentes en ella: es entonces cuando en su actividad con los hombres irradia el amor de Dios y se despliega su potencia; a través de ella Dios comunica vida. La experiencia del amor gratuito lleva al mundo a creer que Jesús es el enviado de Dios y a acercarse a él para obtener vida.

Pero, al mismo tiempo, la existencia de la humanidad una e el objetivo de la misión. El amor, que se expresa en la actividad, es fuerza de integración y unidad y a ellas tiende necesariamente. La unidad de los hombres entre sí, que los une con Jesús y con el Padre, los lleva a su plena realización (17,22): la comunidad, una, es el signo visible de la creación que llega a su término (17,23).

La comunidad se constituye, por tanto, aceptando el amor de Dios; responde a él con el amor entre sus miembros, que hace visible en ella la gloria de Dios (1,5: la luz que brilla), e insertando su actividad humana en el dinamismo de Dios que tiende a consagrar y reunir (1,9: la luz que ilumina). La comunidad, en la que Dios está presente y activo, es al mismo tiempo su expresión y su proclamación, como lo era la persona de Jesús (12,45; 14,9.24).

El mundo, interpelado por la actividad del amor gratuito, descubre la unidad del amor y, en consecuencia, su origen, la misión de Jesús (17,21.23). Así percibe que el amor, riqueza que el Padre comunicó a Jesús (1,14; 17,22), continúa presente en los suyos (17,22-23).

Relación con el prólogo

La relación del cap. 17 con el prólogo del evangelio (1,1-18) es tan estrecha, que puede decirse que los temas allí apuntados quedan explicados en este capítulo. Se esbozan aquí algunos de mayor relieve; otros pueden encontrarse en el índice temático (ARTÍCULOS DEL N.T).

Aparece en primer lugar en ambos el tema de la gloria. En el prólogo es tema central en el contexto de la humanidad nueva (1,14): la plenitud de la gloria (= amor leal) es comunicada por el Padre al Hijo único (1,14) y por éste a los miembros de su comunidad (1,16.17). En el cap. 17 el tema central es la manifestación de la gloria de Jesús y del Padre (1,1-5), y ella se comunica a los discípulos (17,10.22).

Como en el prólogo, la gloria de Jesús es objeto de contemplación (1,14; 17,24); significa la presencia de Jesús en la comunidad por la que ésta es consciente de su amor; se abre así al conocimiento de Jesús y del Padre (17,3). La gloria comunicada es la participación en el dinamismo del Espíritu, que, con Jesús, lleva a la actividad por el hombre.

Como en el prólogo, la gloria se identifica con el amor (cf. 17,22.26), expresado allí en términos de kharis, amor generoso que se traduce en don, aquí como agape, el amor que lleva al don de sí mismo a los demás.

Término central en el prólogo es el logos (proyecto, palabra, mensaje) (1,1.14), que en el cap. 17 se menciona como logos (mensaje) del Padre (17,6); los discípulos lo cumplen (17,6), Jesús se lo ha comunicado (17,14), como les ha comunicado la gloria (17,22). Es también el mensaje de los discípulos (17,20). El logos del Padre, que contenía vida, la luz del hombre (1,4) se identifica así con el mensaje que transmite Jesús; de ahí que la vida equivalga al amor.

Se cierra en este capítulo el tema de la carne (sarx), comenzado en 1,14: la Palabra se hizo carne (hombre) (en 1,13 la frase es negativa), que enlaza con 17,2: le has dado esa capacidad para con toda carne / hombre.

Aparece en ambos lugares la denominación compuesta Jesús Mesías (1,17; 17,3). Se especifica allí la misión del Mesías como dar existencia al amor leal (1,17). Resulta de aquí la equivalencia entre gloria-amor leal-vida definitiva-conocimiento de Dios como Padre y de Jesús como Mesías.

El tema de la vida definitiva (17,2s) está en relación con el <<nacer de Dios>> (1,13) y la capacidad de hacerse hijos de Dios (1,12).

En ambos lugares se menciona explícitamente la creación del mundo (1,3.10; 17,5.24) y se trata del <<mundo>> en sentido peyorativo, el que se niega a reconocer la vida-luz (1,10), al cual no pertenece Jesús ni los suyos (17,14.16).

Puede decirse que, si el prólogo formula la realización del proyecto divino en Jesús, por la comunicación de la gloria-amor leal, en esta oración expone Jesús la fundación de la comunidad por la comunicación de la misma gloria. El proyecto divino, realizado en Jesús, ha de ser realizado en los suyos.

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