<<Yo, por mi parte, la gloria que tú me has dado se la he dado a ellos, para que sean uno como nosotros somos uno -yo identificado con ellos y tú conmigo-, para que queden realizados alcanzando la unidad>>.
<<La gloria>>, riqueza del Padre (=el Espíritu) que Jesús ha recibido (1,14), constituye al Hijo (1,32-34) uno con el Padre (10,30). La comunicación de la gloria a los suyos realiza en ellos la condición de hijos; al poseer todos la misma filiación, todos serán <<uno>>. La comunidad de Espíritu hace uno con Jesús y, a través de él, con el Padre. El Espíritu (= la gloria) produce la comunicación de vida y de actividad; la comunidad es el nuevo santuario desde donde irradia la presencia de Dios, que se traduce en las obras de su amor leal al hombre. La comunicación de la gloria implica, por tanto, la comunicación del dinamismo del amor. La comunidad, que, por la unión que en ella reina, es morada de Dios, prolonga su manifestación hecha en Jesús.
Ella ofrece como alternativa ante el mundo el ámbito de Dios, la esfera del amor y la vida. Al mismo tiempo, e inseparablemente, se entrega con y como Jesús manifestando así el amor gratuito y generoso del Padre y constituyéndose, como Jesús, en su don a la humanidad (3,16).
La expresión <<quedar realizados en la unidad>> está en relación con <<dar remate a la obra del Padre>> (4,34; 17,4). La realización plena del designio de Dios en los discípulos depende de la existencia de la unidad, fruto del amor incondicional.
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