Ellos entonces empezaron a dar gritos: <<¡Quítalo, quítalo de en medio! ¡Crucifícalo!>>.
Hay un forcejeo que alarga la escena y hace más dramática la opción de los jefes judíos. Muestran un odio desaforado, que no tolera ya ni la vista de Jesús. El rey que quiere dar su vida por el pueblo (11,50; 18,14) es rechazado por ellos mismos. Piden para él la pena de muerte. Jesús viene a eliminar el pecado del mundo; los representantes del pecado (8,21) quieren eliminar a Jesús. Ante el rey que, en vez de dominar, quiere liberar del dominio, los opresores se rebelan.
El grito del odio contra Jesús es el del odio contra Dios: Odiarme a mí es odiar a mi Padre (15,23). Se va revelando la incompatibilidad entre el Dios verdadero y la institución de Israel, que culminará en la opción final.
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