A continuación, los soldados trenzaron una corona de espino y se la pusieron en la cabeza, lo vistieron con un manto color púrpura y, acercándose a él, le decían: <<¡Salud, rey de los judíos!>>. Y le daban bofetadas.
Entran en escena los soldados, los agentes de la violencia del poder. Parodian una proclamación imperial, como a veces había tenido lugar en las legiones romanas. Corona, manto de púrpura y saludo real, todos los emblemas de la realiza figuran en la escena para ser objeto de burla.
Los soldados consideran a Jesús un pretendiente al trono. Expresan con sus acciones el desprecio que les merece el título de <<rey de los judíos>>. Paso a paso destruyen toda ilusión sobre la monarquía davídica, que constituía el ideal mesiánico del pueblo. La despojan de toda grandeza, ridiculizan todos los atributos regios.
Jesús no expresa protesta alguna. La acción de los soldados es la suya propia; es él quien va subrayando la insensatez de la concepción mesiánica común. Él, que ha afirmado claramente su realeza (18,36s), va permitiendo la negación de todo lo que ella podría comportar de poder y esplendor. Las promesas mesiánicas van a cumplirse, pero de manera paradójica.
Jesús se deja escarnecer como rey <<del orden este>> (18,36), para demostrar que no es ésa su realeza; ésa es la que él mismo desprecia y viene a derribar. La escena tiene cierto paralelo con la del lavado de los pies, cuando se proclama Señor mientras afirma que su señorío no tiene nada en común con los de este mundo; al ponerse al servicio de sus discípulos (13,4ss), se hace señor en otra dimensión, la del amor, destruyendo así toda pretensión de dominio.
No describe Jn una escena humillante para conmover al lector (13,1-20 Síntesis), escenifica la demolición del poder. La realeza de Jesús es la del pastor modelo. La cruz será la máxima humillación de esa realeza (19,19); no habrá rey con más oprobio, pero, al mismo tiempo, no habrá señal más convincente del amor del pastor que da la vida por sus ovejas (10,11), del amigo que la da por sus amigos (15,13).
Jesús subvierte los valores. Ser rey, como lo es él, consagrado por el Padre (10,24.36)l, significa renunciar a todo dominio y ponerse al servicio de los suyos. Él es un rey que no pretende someter a ningún hombre, sino que invita a todos y acepta a los que responden a su voz (18,37). Su reinado significa libertad, amistad y amor.
Por aquí se entra al reino de Dios (3,5), aceptando a este rey, que es la negación de la realeza del mundo. La suya dimana de su consagración con el Espíritu, dinamismo de vida y amor. Reina integrando a los suyos en la unidad con él y con el Padre (11,52; 17,21-23).
SÍNTESIS
Para que se manifieste el verdadero sentido de la realeza de Jesús, que es la del Hombre, ha de ser despojado de toda falsa grandeza. Los soldados, pretendiendo escarnecer a Jesús, destruyen el ideal mesiánico judío y el prestigio de todo poder mundano. Sólo así podrá manifestarse la verdadera grandeza que hace al hombre rey, la del amor que llega hasta dar la vida.
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