domingo, 2 de julio de 2023

Jn 18,11

 Jesús le dijo a Pedro: <<Mete el machete en su funda. El trago que me ha mandado beber el Padre, ¿voy a dejar de beberlo?>>.

Por tercera vez a partir de la Cena aparece en el texto el sobrenombre Pedro sin acompañar al nombre Simón. Como las dos veces anteriores (13,8.37), se encuentra en un pasaje donde se opone al designio de Jesús. Se confirma que el sobrenombre <<Piedra>>, que Jesús le anunció (1,42), describía la obstinación de su carácter. En las tres ocasiones ha querido impedir que Jesús muestre su amor. Éste interpreta ahora el gesto de Pedro como un intento de impedir su muerte. Pedro no la acepta, porque no comprende su significado. El Padre ama a Jesús porque da su vida libremente (10,17), y éste es su encargo-mandamiento (10,18), pero Pedro no percibe en absoluto el designio del Padre.

Jesús detiene a Pedro. Le habla del trago que el Padre quiere que beba, indicándole que la aceptación de la muerte entra en el plan de Dios. Ante el deseo del Padre, Jesús, que está identificado con él (10,30), no puede negarse. Él mismo le ha pedido que se realice (17,1-2.6) y se ha propuesto realizarlo (17,26).

El Padre no había destinado a Jesús a la muerte; su misión no era morir, sino dar testimonio de su amor al mundo (18,37b Lect.). Pero en el mundo de la tiniebla opresora, enemiga del hombre, la muerte violenta era inevitable y ella va a manifestar hasta el máximo la maldad del mundo y el amor de Dios. El encargo del Padre a Jesús era aceptar esa muerte como prueba de su amor al hombre.

La actitud de Jesús hace ver que el Padre no manda el dolor, pero puede querer que el hombre lo acepte, cuando es consecuencia inevitable del testimonio del amor y la denuncia de la opresión. Acepta entonces la muerte, aun sabiendo que es una injusticia, por no responder al odio con el odio, combatiendo la violencia con la violencia, por no imitar, aun a costa de la vida, la maldad del sistema opresor. Así muestra Jesús que Dios es puro amor, sin odio ni agresividad, y que no usa las armas del poder. Si el hombre ha de hacerlo presente en el mundo, tiene que renunciar a toda violencia, para manifestar la calidad de su amor; si hace falta, dando su vida o dejando que se la quiten.

El dios del sistema opresor lo legitima y lo apoya, pone su poder al servicio del odio. Jesús demuestra precisamente lo contrario: que el Dios verdadero (17,3) no recurre al dominio ni a las armas.

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