<<Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz>>.
Jesús no obtiene la adhesión del hombre por la grandeza humana o por el uso de la fuerza, sino ofreciendo la verdad de la vida. Los que están a favor de ella responden a su llamada.
<<Pertenecer a la verdad>> se opone a <<pertenecer al orden este>> (18,36). Excluye, por tanto, profesar sus principios y hacerse cómplice de su injusticia. La pertenencia a la verdad precede al hecho de escuchar la voz de Jesús y es condición para ello. Hasta el último momento recalca Jn su gran principio: para escuchar y dar adhesión a Jesús se requiere una disposición previa de amor a la vida y al hombre o, en otras palabras, que la vida sea la luz del hombre (1,4). Esta condición indispensable ha sido formulada anteriormente de diversas maneras: practicar la lealtad (3,21), escuchar y aprender del Padre (6,45), querer realizar el designio de Dios (7,17), conocer al Padre (16,3 Lect.). La verdad de que Jesús da testimonio es la respuesta a la aspiración central del hombre: el deseo de plenitud. La luz que ha venido al mundo en Jesús es la concreción y expresión suma del proyecto creador de Dios, intrínseco al hombre mismo, que suscita y nutre su deseo de vida. Los que se integran en el sistema de injusticia y muerte o profesan sus principios son enemigos de la vida; por eso no pertenecen a la verdad ni escuchan la voz de Jesús, es decir, no le dan su adhesión (10,26).
La frase: escucha mi voz, pone este pasaje en relación con 10,16.27, donde Jesús afirmaba que sus ovejas escuchan su voz. Hay que leer, por tanto, su realeza sobre el trasfondo de la alegría del Pastor modelo que se entrega por los suyos (10,11.15), llamados después <<sus amigos>> (15,13), y para reunir a los dispersos (11,52); de ellos no perderá a ninguno (18,9). Él, como rey, es el David prometido, el pastor único (Ez 34,23: <<Les daré un pastor único que las pastoree: mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor>>). El texto alude, por tanto, no sólo a la realeza de Jesús, sino a la oposición del pastor modelo a los ladrones y bandidos (10,1.8.10). Por eso la verdad de que Jesús ha venido a dar testimonio se opone a la mentira de los dirigentes (8,44.55).
Los que lo reconocen como rey están en medio del mundo (13,1; 17,11.15; cf. 12,25), como él mismo lo estaba, pero sin pertenecer a él (17,14-16). La comunidad que él constituye, el reino de Dios (3,3.5), toma una forma completamente distinta de la esperada. Los movimientos mesiánicos habían tendido a realizarlo dentro de las categorías de la monarquía temporal (cf. 12,13.34). Jesús, el Mesías-Rey, no ejerce su reinado como los reyes del orden este. Esto no quiere decir que no tenga incidencia sobre la realidad social; la comunidad que él forma se presenta precisamente como una alternativa no sólo distinta, sino opuesta a los sistemas de este mundo. La relación que rige entre Jesús y los suyos no es la de señor-súbditos. sino la del que propone la verdad y de los que la aceptan libremente (cf. 15,13-15), y su ofrecimiento se extiende a toda época y lugar.
La comunidad de Jn se siente ligada a Jesús por la adhesión a él como verdad, porque en él resplandece la plenitud de vida. Se remiten a Jesús como a su rey. Este término, heredado del AT y común en aquella cultura, pierde en boca de Jesús sus connotaciones de poder y dominio.
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