Así se cumplieron las palabras que había dicho: <<De los que me entregaste, no he perdido a ninguno>>.
Judas, por tanto, no le había sido entregado por el Padre. Para serlo hace falta aprender del Padre y dejarse impulsar hacia Jesús (6,44s). Judas, aunque externamente formaba parte del grupo, era ladrón, el polo opuesto del amor que comparte (12,6), enemigo de Jesús y del hombre (6,70; cf. 8,44), y no había nunca dado su adhesión a Jesús. Su destino dependía de su opción libre ante el ofrecimiento universal de vida que el Padre hace en Jesús (3,16s; 6,51; 12,47), pero lo ha rechazado hasta el último momento (13,27 Lect.). Pudo abandonar a Jesús cuando otros muchos lo hicieron (6,66s); sin embargo, siendo un enemigo, se había quedado con él hasta consumar la traición.
El gesto de Jesús, entregarse a la muerte, no permite que los suyos se pierdan. Pero no sólo negativamente, impidiendo que en aquella ocasión les quitasen la vida física, sino positivamente, por ser su entrega la que va a darles la vida definitiva (3,14s.16; 17,2).
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