lunes, 3 de julio de 2023

Jn 18,17

 Le dice entonces a Pedro la sirvienta que hacía de portera: <<¿Acaso eres también tú discípulo de ese hombre?>>. Dijo él: <<No lo soy>>.

Pedro, conducido por el otro discípulo, está dentro del atrio del sumo sacerdote. La portera, encargada de reconocer el derecho a entrar, pregunta a Pedro si es discípulo, es decir, si entra con la misma disposición que Jesús y el otro. Al decir: también tú, alude al otro discípulo, que era conocido como tal. Ser conocido como discípulo es consecuencia de una conducta. Pedro, por tanto, no lleva el distintivo de discípulo (13,34s; cf. 21,7 Lect.). De ahí que la portera haya de preguntarle.

Su pregunta coloca a Pedro ante la opción, lo obliga a definirse: o se declara discípulo y entra con Jesús, dispuesto a seguirlo, o bien lo niega, rompiendo abiertamente con él.

Toda su arrogancia ha desaparecido, se asusta ante una muchacha. Teme las posibles consecuencias de confesarse partidario del preso. Su adhesión se dirigía en realidad a su propio Mesías, que esperaba ver encarnado en Jesús. Una vez que éste ha defraudado su expectación, no se siente vinculado a él. Se encuentra Pedro en la misma situación de los discípulos que desertaron en Galilea, después del discurso sobre el pan de vida, en que Jesús pedía la asimilación a su vida y muerte (6,53s.60); como ellos, lo abandona (6,66), a pesar de haber aceptado en principio sus exigencias y confirmado su adhesión en nombre de todos (6,68s). Pedro es discípulo, pero no de verdad, según el dicho de Jesús: Para ser de verdad mis discípulos tenéis que ateneros a ese mensaje mío, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (8,31s). El que se ha opuesto a la muerte de Jesús por el pueblo (18,10s.14) no entiende el mensaje del amor al hombre ni lo practica. Por eso no conoce la verdad ni es libre.

La portera ha llamado a Jesús <<ese hombre>>. Es el hombre que va a morir por el pueblo (18,14). Pero Pedro no acepta esa muerte. Niega su identidad de discípulo y queda sin identidad alguna: No lo soy. Su negación se opone a la afirmación de Jesús en el huerto, respondiendo a los que iban a prenderlo: Soy yo, reconociendo su misión de Mesías davídico (el Nazareno, 18,5a Lect.), con todas sus consecuencias. Pedro no puede decir como Jesús: Soy yo, a los que dudaban de su identidad (9,9), pues la había adquirido aceptando el amor de Jesús. Pedro, que no se deja amar, no la ha adquirido aún. Jesús arriesga su vida declarando ser lo que es; Pedro se apega a sí mismo y se pierde (12,25).

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