miércoles, 19 de julio de 2023

Jn 19,6a

 Pero apenas lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, empezaron a dar gritos: <<¡A la cruz! ¡Mándalo a la cruz!>>.

Responden los jefes religiosos y sus subordinados, los que han detenido a Jesús (18,3), identificados con sus dueños (18,22 Lect.). Piden la muerte infamante. Los guardias representan a los oprimidos que aceptan la opresión y se hacen así cómplices de la injusticia. Son los oprimidos opresores. El pueblo está ausente de toda la secuencia; los jefes deciden, y sus incondicionales se suman a la decisión; la última vez que la multitud apareció en escena mostró no tener convicciones propias, sino depender de lo que habían aprendido de los dirigentes (12,34: Nosotros hemos aprendido de la Ley que el Mesías sigue para siempre; cf. 7,25).

Queda patente una vez más el verdadero motivo del odio de los sumos sacerdotes a Jesús; no es ya el peligro implícito en la pretensión de realeza, deshecho con la burla y escarnio de los soldados. Es <<el Hombre>> el blanco de su odio. Ellos, los opresores, no pueden soportar la presencia del que, con su verdad, derriba la mentira de su sistema. Con el poder y su Ley, han pretendido impedir que exista el hombre; ahora lo tienen delante en toda su grandeza y su vista los ofende. Gritan porque no tienen armas contra esa verdad.

Es la última mención de los guardias o subordinados, ejecutores de la violencia que ejerce el régimen de los sumos sacerdotes y fariseos (18,3; cf. 18,12: de los Judíos). Aparecieron por primera vez siendo enviados a detener a Jesús en el templo (7,32), encargo que no llevaron a cabo por la admiración que produjo en ellos su modo de hablar (7,45.46). Al expresar un juicio personal sobre él, fueron inmediatamente llamados al orden: ellos no deben tener opinión propia ni les conviene errar con la plebe maldita, sino fiarse de los jefes y fariseos, los únicos que poseen la verdad, por conocer la Ley (7,47-49). La tiniebla apaga en ellos la luz que veían brillar. Desde entonces se muestran dóciles a sus dueños: ejecutan el arresto de Jesús (18,12); se mantienen al nivel de los siervos (18,18); uno de ellos, que los representa a todos, muestra su obsequiosidad al jefe supremo abofeteando a Jesús (18,22). Carecen de personalidad y juicio propio; su identificación con los jefes los ha privado de su condición de hombres. Por eso en esta ocasión unen su voz a la de sus dueños para pedir la muerte de Jesús: la manifestación de <<el Hombre>>, libre y rey, muestra por contraste la abyección en que se encuentran.

El círculo de poder, <<el jefe del orden este>> (los sumos sacerdotes) rodeado de sus guardias, agentes de su violencia, es el antagonista del rey <<que no pertenece al orden este>>, el que no tiene guardias que lo defiendan, porque rechaza la violencia (18,36).

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