miércoles, 19 de julio de 2023

Jn 19,7

 Le replicaron los Judíos: <<Nosotros tenemos una Ley, y, según esa Ley, debe morir, porque se ha hecho hijo de Dios>>.

Los que replican a Pilato son <<los Judíos>>, denominación que engloba a todos los dirigentes y partidarios de la institución judía. Afirman tener una Ley, la que ellos poseen y manejan, haciéndola instrumento de su opresión. Ante la invitación de Pilato a juzgar a Jesús según su Ley, sus palabras habían sido un eco del mandamiento de Moisés: <<No matarás>> (18,31). Ahora, en cambio, en nombre de <<su Ley>>, quieren darle muerte. <<La ley de ellos>> contradice a la de Moisés (7,19) y quieren asesinar a Jesús; su delito, primera acusación concreta que hacen, es haberse hecho Hijo de Dios (5,18; 10,33). Muestran que su Ley es la enemiga de Dios, pues se opone a la realización de su proyecto (1,1c Lect.); prohíbe ser hijo de Dios (1,12) y, con ello, ser hombre. <<Su Ley>> es la del odio (15,25 Lect.) y se ofrece como instrumento para dar muerte.

La Ley absolutizada (9,29) y hecha arma de dominio (5,10) tiene que matar al Mesías liberador. Jn lleva al extremo la oposición entre Ley y amor: la Ley había sido incapaz de comunicar al hombre el amor leal que lo hace hijo de Dios; éste sólo existe por medio de Jesús Mesías (1,17); ahora, hecha fin en sí misma, se vuelve contra el hombre que manifiesta ese amor y lo mata.

En esta perícopa se aproximan las dos denominaciones que definen a Jesús: <<el Hombre>> y <<el Hijo de Dios>>. Jesús, por ser el Hombre, es el Hijo de Dios; lo uno es inseparable de lo otro, porque es el Espíritu quien, al realizar en él plenamente el proyecto creador, lo hace Hijo de Dios. Pilato, el pagano, define al Mesías como <<el hombre>>; los judíos, como el <<hijo de Dios>>.

La acusación presenta varios aspectos. Ante todo, según las palabras que el Sal 2,7 pone en boca de Dios: Hijo mío eres tú, dirigidas al rey de Israel y aplicadas en particular al Mesías (cf. 10,34.36), el título de Hijo de Dios no podía ser motivo de acusación por parte de la Ley de ellos. Por eso lo consideran una pretensión de hacerse igual a Dios (5,18), de hacerse Dios (10,34). El motivo verdadero de la acusación, que combina los dos aspectos, es que Jesús, por una parte, aduce sus obras en favor del hombre como prueba de su misión mesiánica, y, por otra, que estas obras, que derriban el dominio de los dirigentes, las atribuye a Dios, su Padre (5,17; 10,25.37). Un Mesías que en nombre de Dios se opone a su institución no puede ser más que un blasfemo.

No toleran que el Mesías-Hijo de Dios se identifique con <<el Hombre>>, que rechaza la gloria humana y va a manifestar su gloria dando su vida (12,23.32) para salvar al pueblo de la opresión que ellos causan (1,29b Lect.). Se apoyan en una interpretación de la Ley que Jesús ha desautorizado ya (5,16-18). La gloria del Hombre-Hijo de Dios es la antítesis de la del mundo: no es la que dan los hombres (5,41), sino la que da Dios (12,43; 17,5), la plenitud del amor leal (1,14). En el momento en que la gloria humana es destruida, brilla como nunca la de Dios, su amor indefectible.

Los dirigentes, en cambio, no conocen el amor de Dios y buscan la gloria humana (5,42.44; 7,18); no pueden soportar el despojo y el desprecio por ella que muestra Jesús. Los homicidas (8,44) piden la muerte de Jesús. En él van a desahogar todo su odio contra el hombre.

<<Los Judíos>> no asumen la responsabilidad del asesinato de Jesús, se escudan en <<su Ley>>. Aunque la han convertido en instrumento de opresión, le atribuyen autoridad divina, la imponen como expresión de la voluntad de Dios. Descargan en Dios la responsabilidad de su injusticia, lo hacen cómplice de su homicidio.

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