jueves, 6 de julio de 2023

Jn 18,35

 Replicó Pilato: <<¿Acaso soy yo judíos? Tu propia nación y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?>>.

Por no confesarse instrumento de la autoridad judía, niega que la cuestión le afecte personalmente: él no es judío de raza; Jesús le ha sido entregado por su nación y, en particular, por sus máximas autoridades. Rechaza toda responsabilidad en lo que sucede, no ha provocado él la situación.

El autor recalca la responsabilidad de los jefes; subraya la traición que han cometido entregando al poder extranjero a uno de su misma raza y pueblo (18,30). La gravedad del paso muestra hasta dónde llegaba el odio de los dirigentes contra Jesús (cf. 7,7; 15,23). Lo odian a él más que al invasor, a quien hacen ahora instrumento para satisfacer su odio.

Pero la traición va más allá. No entregan a Pilato solamente un connacional, sino precisamente a aquel que se presenta como Mesías, y al que ellos mismos han planteado la cuestión (10,24). Éste es el motivo de su maquinación, según se desprende del apelativo <<el Nazareno>> (18,5.7) y de la pregunta de Pilato: ¿Tú eres el rey de los judíos? El de Jesús no es, además, el mesianismo de un agitador político, sino el que sigue la línea liberadora atestiguada por las Escrituras (5,39). La traición que comenten no lo es solamente contra su pueblo y raza, sino contra Dios mismo, como quedará patente en su opción final por el César (19,15; cf. 15,23).

Pilato afirma que su nación y los sumos sacerdotes han entregado a Jesús. Los responsables de su condena y de su prendimiento han sido únicamente los jefes (11,53; 18,3.12). Pero el pueblo que, en el momento decisivo, después que se promulgó la orden de delación de Jesús (11,57), no supo optar por el Mesías liberador en contra de sus autoridades opresoras, es también responsable de esta traición y, de hecho, se ha dejado arrastrar a ella por sus dirigentes. Los sumos sacerdotes pueden considerarse los representantes de la nación y hablar en su nombre.

Se consuma con esta entrega el rechazo anunciado desde el prólogo: los suyos no lo acogieron (1,11), y desarrollado en el ciclo de las instituciones (2,1-4,46a), donde Jesús anunciaba ya esta <<hora>> (2,4). Judea, que se niega a hacer caso al Hijo, queda bajo la reprobación de Dios (3,36). El pueblo de las promesas deja de serlo, aunque quedará un resto que será integrado en la comunidad del Mesías (19,25-27).

Al descargar la responsabilidad en la nación y los sacerdotes, Pilato quiere rebajar la cuestión de la realeza de Jesús a un asunto interno de los judíos. Los títulos de Jesús no le interesan, pero sí su actividad: ¿Qué has hecho? La pregunta coloca en el contexto de la acusación anterior: un malhechor. Jesús apelaba precisamente a sus obras como credenciales de la legitimidad de su misión mesiánica (5,36; 10,25.38; 14,11). Pilato, sin embargo, va a considerarlas solamente en cuanto pueden suponer una amenaza para el poder que él representa.

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