domingo, 21 de agosto de 2022

Jn 10,17-18a

 <<Por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro. Nadie me la quita, yo la entrego por decisión propia. Está en mi mano entregarla y está en mi mano recobrarla>>.

El designio de Dios es dar vida a la humanidad (6,39s). Jesús lo hace suyo (4,34; 5,30; 6,38) y así es uno con el Padre (10,30). Toda su existencia, a partir del momento en que el Padre, con el Espíritu, le confiere la misión (1,32s), está enteramente dedicada a llevarlo a cabo, identificando su actividad con la del Padre (5,17). Jesús se expresa y se realiza por esa asimilación al designio, de ella adquiere significado su vida (4,34). En su actividad, no señala límite a su entrega (10,11); el móvil de su actuación no es su propio interés o gloria (5,41; 7,1; 8,50), sino sólo y totalmente el bien del hombre.

Jesús se entrega y así se recobra, porque darse uno mismo significa adquirir la plenitud del propio ser. En lugar de perderse, se recobra con su plena identidad, la de hijo de Dios: dándose a sí mismo participa del dinamismo del Padre y de esta manera realiza su condición de hijo (1,12b Lect.).

Su identidad de Hijo hace a Jesús partícipe y destinatario del amor del Padre. Esa demostración continua de amor se realiza en la actividad incesante del Espíritu en él, y se manifiesta en su obrar. Jesús es así, el Hijo de Dios, igual al Padre, y, al mismo tiempo, el modelo de hombre (el Hijo del hombre).

Como Jesús, quien se da a sí mismo hasta la muerte por amor no lo hace con la esperanza de recobrar la vida como premio a este sacrificio (mérito), sino con la certeza de poderla tomar de nuevo, por la fuerza del amor mismo. Donde hay amor hasta el límite hay vida sin límite, pues el amor es la vida. Quien dispone de su vida para darla sabe que dispone de ella para recobrarla acabada por el Espíritu, indestructible y definitiva como el mismo Espíritu. Para quien ama no hay muerte: ésta es el último gesto de una vida de entrega, que sella definitivamente su condición de hijo. Dar la vida significa creer hasta el fin en la verdad y potencia del amor como fuerza de vida.

Jesús afirma su absoluta libertad en el don de su vida. Nadie puede quitársela, él la da por propia iniciativa (19,11 Lect.). Nótese que en el evangelio de Jn ningún signo caracteriza a Jesús resucitado, excepto las huellas de su muerte en las manos y en el costado (20,20.27), que señalan precisamente la continuidad: Jesús es para siempre el que ha entregado su vida humana. Su entrega no ha sido algo accidental, ella lo muestra definitivamente como Hijo de Dios (20,17), el Dios engendrado (20,28; cf. 1,18).

Ante su auditorio de dirigentes judíos (10,19), que lo odian (7,7) e intentan matarlo (7,1.19; 8,37.40), Jesús afirma que es precisamente su prontitud para morir lo que hace manifestarse en él el amor del Padre.

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