Replicó entonces él: <<Si es pecador o no, no lo sé; una cosa sé, que yo era ciego y ahora veo>>.
El hombre opone el hecho a la teoría. Él no se mete en cuestiones teológicas. Lo que sabe es que su estado actual es indiscutiblemente mejor que el de antes; eso no puede negarlo.
El ciego experimenta en sí mismo la libertad y la integridad humana como un bien. Su experiencia ha sido la del amor gratuito, la de una relación personal comunicadora de vida. Es esto lo que le abre en realidad los ojos y lo hace más sabio que los maestros fariseos. Él sabe ahora (más allá de aquella teología y moral legalista) lo que es el hombre y lo que es Dios. Él ve, los maestros están ciegos. Es curioso que, mientras ellos le hablan de Dios, él, ante su propia evidencia, se desentiende de lo que le predican. Se diría que no le importa ese Dios, sino <<el hombre>> en quien ha <<visto>> el amor gratuito. En Jesús está presente el Padre.
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