sábado, 27 de agosto de 2022

Jn 10,25

 Les replicó Jesús: <<Os lo he dicho, pero no lo creéis. Las obras que yo realizo en nombre de mi Padre, ésas son las que me acreditan>>.

La respuesta de Jesús es neta. Aunque sin pronunciar el título, se ha declarado Mesías muchas veces y con suficiente claridad: en primer lugar, con su afirmación constante de ser el enviado del Padre; en segundo lugar, ha declarado que los antiguos símbolos e instituciones dejaban de existir para ser sustituidos por su persona (7,37: dador del agua/Espíritu = nuevo templo, Ley; 8,12: la luz del mundo = Mesías, Ley; 10,11.14; pastor modelo = nuevo David, cf. Ez 43,23; Sal 78,70-71). Pero Jesús no se aplica título ni reclama derechos. Tampoco prueba su misión de Mesías apoyándose en la Escritura. Sus únicas credenciales son sus obras; ellos deben considerarlas y concluir por sí mismos, comprometiéndose con un acto libre. Piden, en cambio, una solución a nivel de enunciado.

El mesianismo de Jesús no se propone en abstracto para someterlo a discusión. Para hablar de él se exige una condición previa: reconocer que la actividad de Jesús es la de Dios mismo, la del Padre. Dado que sus obrar procuran la dignidad, libertad y vida plena del hombre, por encima de toda institución o doctrina, quien pretenda abordar la cuestión de su mesianismo tendrá que pronunciarse primero sobre esta cuestión fundamental: si el hombre y su bien valen más y están por encima de toda otra realidad social e institucional; reconocer que sólo procede de Dios y es designio suyo aquello que favorece la libertad y la vida del hombre, y que toda Ley, institución o sistema que no cumpla estas condiciones no puede pretender en absoluto ser reconocido por Dios (cf. 5,36).

Al proponer las obras como credenciales, Jesús les está pidiendo que definan su actitud. Mientras no contesten a esta pregunta preliminar no puede tratarse la cuestión de su mesianismo. Pero ésta es la pregunta a la que ellos no responderán nunca, porque o bien tendrían que renegar de sus intereses o bien confesar que están contra el hombre y contra Dios. No quieren reconocer su propia injusticia.

El mesianismo de Jesús no es una cuestión académica como ellos quieren hacerla, sino vital. Quieren discusión sin compromiso, y Jesús no la acepta.

Las credenciales que él ofrece no son jurídicas, sino objetivas; son hechos, sus obras en favor del hombre. Demuestra su derecho con su fidelidad al designio del Padre. Por eso dirá más adelante que no crean a sus palabras, sino a sus obras (10,38). Es más, como ha afirmado en otra ocasión, el criterio para distinguir la pretensión auténtica de la falsa está en que el individuo obre o no con justicia (cf. 5,43; 7,18). Jesús tira abajo toda legitimidad que no se apoye en el modo de obrar: quien está con el hombre sin reservas, está con Dios; quien está de alguna manera contra el hombre, aunque invoque el nombre de Dios, está contra él.

Tampoco legitima Jesús su calidad de Mesías apelando a una tradición (5,34ss). La acción de Dios se discierne en el presente, porque el criterio es siempre el mismo: donde hay amor y lealtad al hombre, allí está Dios, que es Padre (cf. 1,14.17).

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