Cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se ocultó saliendo del templo.
No pueden tolerar aquella afirmación de Jesús, que se hace superior a Abrahán. Los que buscaban su muerte se aprestan a ejecutarla. Muestran ser hijos legítimos del asesino (8,44). Es un paroxismo de furia el que los lleva a intentar apedrearlo. Pero Jesús se escondió y salió del templo. No deja que la descarguen sobre él.
Jesús se oculta. Esta frase hace inclusión con 7.10.14: la subida a Jerusalén, no manifiesta sino clandestinamente, para presentarse en el templo. Jesús vuelve ahora a la clandestinidad dejando el templo. Allí la gloria de Dios se ha manifestado en él, no con gestos de poder para ganar publicidad, como le proponía su gente (7,4), sino con una oferta de salvación, expresión del amor de Dios. Al salir Jesús del templo es la misma gloria de Dios la que se aleja de él, dejándolo vacío (cf. Ez 10,18).
La denuncia del templo hecha por Jesús al principio de su actividad (2,132ss) no había tenido eco. Entonces, con un gesto clamoroso y simbólico, había echado a todos del templo. Ahora Jesús, el Hijo, sale de allí ante el peligro de muerte que lo amenaza. Decididamente ya no es la casa del Padre; el asesino y embustero ha ocupado su puesto.
Podría aludir esta escena a lo sucedido con Moisés en el desierto (Éx 17,1-7). Los israelitas, por la falta de agua en el desierto, <<se habían careado con el Señor y lo habían tentado preguntando: ¿Está o no está en medio de nosotros el Señor?>>. E intentaron apedrear a Moisés. Los dirigentes judíos intentan apedrear a Jesús, que ha ofrecido el agua viva (7,37-39), y en el templo, de pie (cf. Éx 17,6), es la manifestación de la presencia de Dios en medio de ellos (cf. 1,27).
SÍNTESIS
Con la capacidad de darse a los demás, el Espíritu da la experiencia de Dios como Padre y constituye el verdadero discípulo. De hecho, la adhesión a Jesús por la que se recibe el Espíritu pone el bien del hombre por encima de toda institución humana y determina dedicarse a él sin reservas, rompiendo con los sistemas opresores. La experiencia del Padre da al hombre la libertad de hijo, que lo capacita para realizar en sí mismo el proyecto creador.
Quien no tiene esa experiencia del amor es esclavo, ante todo porque, al no conocer a Dios como Padre, lo concibe como un Dios de poder que somete al hombre, legitimando con eso toda tiranía.
Cada uno se define por su opción: o bien se pone incondicionalmente a favor del hombre, como Jesús, y es así hijo de Dios, o bien contra el hombre, haciéndose cómplice de la opresión. Esta opción radical inspira la conducta, que va construyendo o destruyendo al hombre: cuál es la opción de cada uno, se revela en el modo de obrar, más allá de lo que afirman las palabras o los credos.
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