Les contestó Jesús: <<Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero es ahora cuando decís que veis: vuestro pecado persiste>>.
Jesús los coge con su misma afirmación. No es pecado ser ciego (cf. 9,3), sino serlo voluntariamente, es decir, rechazar la luz cuando ésta brilla ante los ojos. Con estas palabras describe lo ocurrido con los fariseos con motivo del proceso del hombre curado. La división en el grupo fariseo (9,16s), que reflejaba la lucha interna ante la interpelación planteada por la curación del ciego, ha mostrado que no eran incapaces de ver. Ellos, ante el hecho que los interpelaba (9,16), podían haber abierto los ojos a la luz, pero los han cerrado, rechazando la evidencia (9,24). Alardean, sin embargo, de una visión, que es falsa (9,24b: A nosotros nos consta). No sólo no quieren ver, sino que imponen su mentira como verdad; así lo expresaba Is 5,20: <<¡¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!>>. Su pecado se apoya, por tanto, en una doble mala fe: por un lado, distinguen la luz y la rechazan; por otro, proponen como luz lo que saben ser contrario a la luz que conocen. Hacen una opción consciente y torcida (3,19: la luz ha venido al mundo, y los hombres han preferido la tiniebla a la luz, porque su modo de obrar era perverso). Son ciegos voluntarios que buscan cegar a los demás. Son la tiniebla, que, proponiendo la mentira, apaga la verdad y con ella la vida.
No obran inconscientemente, saben muy bien lo que pretenden. Son ellos los que van a quedar definitivamente ciegos, excluyéndose para siempre de la luz-vida; cuando llegue la noche (9,4), que ellos mismos van a provocar con su rechazo definitivo de Jesús, su sentencia será irrevocable.
Su pecado es el mismo que Jesús había denunciado en 8,21: vuestro pecado os llevará a la muerte (8,23 Lect.). Ellos se obstinan en su mentira, y su pecado permanece. Habían declarado a Jesús pecador (9,24), mientras son ellos los que conscientemente practican el pecado (8,34). Los que en nombre de Dios expulsan son los reprobados por Dios.
El ciego de nacimiento no tenía pecado (9,3). Los fariseos, que tienen la posibilidad de responder a la luz, lo tienen. Aparece la diferencia entre oprimidos y opresores. El oprimido es ciego porque lo han privado de la posibilidad de ver. El opresor, en cambio, propone la mentira (8,44), y con ella ciega al pueblo. Viendo los efectos de su acción (5,3: una muchedumbre, los enfermos; ciegos, tullidos, resecos), deberían rectificar, pero no tienen amor (5,42); no les importa el hombre, sino su posición y su dominio (5,44). Su pecado persiste.
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