Le replicaron: <<Empecatado naciste tú de arriba abajo, ¡y vas tú a darnos lecciones a nosotros!>>.
Los dirigentes, acorralados, pierden los estribos. Vuelven a afirmar su superioridad (cf. 9,24: A nosotros nos consta). No discuten el argumento del ciego, que es irrebatible; pasan al insulto, como hicieran con Nicodemo (7,52) y con Jesús (8,48). Este había dicho que el ciego no tenía pecado; ellos, en cambio, recurren a su falso principio y achacan a su pecado congénito el haber estado ciego. En realidad, eran ellos los opresores, los culpables de la ceguera (9,41); son ellos la tiniebla que la produce, pero descargan la culpa en él. Con su afirmación, vuelven a deformar la realidad, esta vez la del hombre mismo. Si no se somete al parecer de ellos, negando la evidencia, está a mal con Dios. Tendría que volver a cegarse para darles la razón.
Los dirigentes no tienen nada que aprender (vas a darnos lecciones), lo saben todo y encuentran respuestas teológicas para todo, hasta para negar la evidencia.
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